Ding,dong, the witch is burnt (*)


(*) Como todo el mundo sabe “dead” en el original; pero es que si no, no me pegaba el título
15 de Marzo.- Si hay algún lugar en Europa en el que los ritos precristianos estén vivos, ese lugar es Austria. Ayer, en una de las colinas que dominan el barrio más tradicional de Viena (ese en el que se cultiva la variedad de vino local) asistimos a la quema de la bruja: una alta pila de palets coronada or una muñeca de ojos rojos y un pino, que los bomberos de Viena (modernos intermediarios entre los vivos y el mundo de las llamas) incendiaron para disfrute de la muchedumbre congregada. Una multitud que, por cierto, quedó extasiada ante la hermosura de las llamas, lo mismo que debieron hacerlo nuestros primos trogloditas en la oscuridad de sus cuevas.
El fuego, más que cualquier otro objeto producido por el hombre, tiene una cualidad hipnótica y reconfortante. Nadie se cansa de mirar una buena fogata, alimentada con maderos o con crujientes ramas de tomillo seco, como aquella que encendió mi primo X. en la chimenea de su casa de campo valenciana el año pasado.
En Kahlemberg hacäia frío. La humedad de la tierra se te metía en los huesos como un sudor helado y te recordaba que, pese a la ritual quema del invierno, personificado en la bruja, todavía no ha llegado el cuarenta de mayo.
Para combatir la rasca, había una gran carpa en la que se vendía vinorrio caliente dopado con schnaps y salchichas a la plancha para mitigar los estragos producidos por un alcohol de procedencia tan poco aristocrática. A los dos vasos de mejunje ya veías la vida de manera más alegre (y sobre todo más cálida).
Cuando la torre de palets no era más que un montón de ascuas, se disolvió el grupo y sólo quedamos cinco. Decidimos bajar la colina hasta llegarnos a uno de los heuriger tradicionales que hay allí. Por el camino, el quinto miembro de la partida nos estuvo haciendo la ruta de las mansiones de esta zona que es la que los ricos y famosos que pueden permitírselo eligen para vivir. En el aire de la noche algo enturbiado por la humedad, las gigantescas arañas iluminadas, las ricas escalinatas cubiertas de alfombras suaves, las historiadas verjas de hierro acaracolado, brillaban rutilantes, un poco irreales, como si pertenecieran a gigantescas casas de muñecas.
Ya sentados, nuestro Cicerone, representante, por cierto, de una de las grandes damas de la cinematografía y la televisión centroeuropeas, nos estuvo explicando en el tono algo melancólico que le es peculiar, que estaba negociando con la cinemateca vienesa para que le dedicase una retrospectiva a su tía, una actriy austriaca que tuvo su momento de gloria en los sesenta.
-Pero tenemos un problema. Mi tía que, leider, falleció hace algún tiempo, nació el mismo día y en el mismo año que Romy Schneider. Habíamos pensado que una ocasión ideal para recordar sus películas sería con motivo de su setenta cumpleaños pero claro, con el aniversario de Romy, la retrospectiva de mi tía hubiera quedado deslucida y hemos decidido aplazarla.
Naturalmente, tuvimos que darle la razón.

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