(Hot) Milk

Sean Penn caracterizado como Harvey Milk

19 de Marzo.- Cuano mi hermano y yo éramos pequeños, al salir de ver una película, sentíamos la irresistible necesidad de “jugar a” la historia que acabábamos de ver. A Indiana Jones, a El Secreto de La Pirámide. A lo que Spielberg hubiera imaginado aquella temporada. Hacía mucho pues (décadas) que no sentía lo mismo, y no fue hasta el lunes después de ver Milk (en España “Mi nombre es Harvey Milk”) que volví a experimentar esa euforia, esa borrachera, ese deseo de heroicidad que me impulsó a llamar a alguno de mis amigos para darles la buena nueva.
Unos sentimientos que, aunque embriagadores, estaremos todos de acuerdo en que no son los mejores para juzgar una peli.
Por eso he esperado tres días (hasta que los deseos de abrazar a la gente por la calle se me han calmado un poco) para escribir sobre el biopic que cuenta la historia de Harvey Milk, líder de los gays californianos y, tras esto, profeta de los homosexuales del mundo entero.
Dejando aparte la apabullante interpretación de Sean Penn, ayudada por uno de los trabajos de diseño de producción y vestuario más sobresalientes que yo haya visto en muchos años (con la dificultad añadida de que los hechos que se narran están cercanos en el tiempo) el cañamazo sobre el que está construida la película es, obviamente, el Evangelio.
Tal como se trata su figura en la peli, Harvey Milk hubiera podido irse de cañas sin ningún problema con Jesucristo por las tascas de Nazareth; porque los dos son vidas –y muertes- paralelas.
Siguiendo esta regla, en la peli hay un Judas, un discípulo amado, una Maria de Magdala, una escena (fortísima, por el convencimiento con el que está contada) de “déjalo todo y sígueme, que conmigo serás un pescador de hombres” (aunque en esta peli, una frase así tendría un punto diferente que en el original, me temo). Incluso hay milagros, como ese poder de convocatoria que, en aquellos días del teléfono de Graham Bell, tenían el bueno de Harvey y sus apóstoles de la igualdad. Unos hombres capaces de convocar marchas multitudinarias en menos que canta un ave de corral.
Incluso, ya para redondear, hay un momento en el que parece que Milk ha muerto en soledad, pero se produce la santificación final (ahí yo, llevado por la catarsis colectiva, lloré a lágrima viva).
Y aquí viene mi pero principal a una peli tan bonita: es fácil enamorarse de un personaje desconocido y más con un film como este, que está llamado a fundar una nueva religión (por lo menos una congregación : la de los que nos compraremos el DVD para adorarlo) pero me preguntaba yo estos días qué pasaría si, dentro de diez años, alguien decidiera hacer una película hagiográfica sobre los venturosos días de la comunidad gay española durante el año I de Rodríguez Zapatero.
Como siempre, jugué a crear el hipotético reparto de este film que tendría su parroquia. Imagínese el lector: un duelo interpretativo entre Javi Bardem caracterizado de Pedro Zerolo y Maribel Verdú (nominada a varios Goya) luciendo el cardado de Ana Botella durante esa escena memorable de las peras y las manzanas.
En otras palabras: algunas cosas, para hacerlas sin caer en el ridi, o se hacen en América, o no se hacen.

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