23 de Marzo.- En 1965, Helmut Zilk era un hombre de 38 años alto, corpulento, algo cargado de espaldas, algo hombriestrecho, culialto y piernifino siguiendo los cánones de la raza local; los pómulos prominentes y unos ojillos achinados que hablaban de esa mezcla de sangres que, desde que Atila abandonó las estepas, ha sido el pan nuestro de cada día de la fértil cuenca del Danubio.
En resumen: un tipo atractivo, que tenía éxito con las mujeres y que, profesionalmente, prometía. Un follarín centroeuropeo: el candidato perfecto a emular a 007.
Según la revista Profil fue en este momento cuando los servicios secretos checoslovacos se fijaron en Zilk (!) y contactaron con él proponiéndole que espiara para aquel gobierno que, como se decía entonces, “estaba en la órbita de Moscú”.
Los checoslovacos necesitaban informaciones a propósito de lo que se cocía en la política y la economía austriacas (cuyos cenáculos Zilk empezaba a frecuentar) y le pagaron al futuro alcalde de Viena lo que, al cambio de hoy, equivaldría a 30.000 Euros. Dice Profil que Zilk aceptó la tela sin mayores aspavientos y que, además, se dejó compensar en especie por sus informes. En vino y conservas.
Asimismo, y siempre según el semanario vienés, se dio varios garbeos por la Praga comunista y se alojó (pagaba el Partido) en un hotel céntrico. Allí, para comprobar que era un informador de fiar, fue espiado a su vez.
Estos informes a propósito de los movimientos de Zilk por la capital checoslovaca son, a mi juicio, la parte más entrañable de la historia. Porque, de ser verdad, revelan el factor humano: ese enorme complejo que siempre tuvieron los habitantes del mundo comunista frente a la mitificada riqueza de la vida capitalista. Por ejemplo, el presunto espía que le vigiló cuenta que Zilk se afeitó “con una maquinilla eléctrica” (teniendo en cuenta lo que había que esperar en las economías programadas para conseguir un coche, mejor no hacerse a la idea de lo que una maquinilla eléctrica suponía para aquel pobre obrero del micrófono oculto).
Parece ser que las labores de Zilk como agente de la TIA duraron hasta 1974. Sin embargo, el cuento no termina aquí: porque cuando Zilk, el día 24 de octubre pasado, emprendió el camino del Zentralfriedhoff, el expresidente checoslovaco (el entrañable Vaclav) en vez de dejar estar el tema, decidió removerlo y, al mejor estilo papal, disculparse por las atrocidades cometidas “cuando entonces” entre las que figuraba haber corrompido al ilustre difunto por un quítame allá estas latas de caviar del Caspio.
De todas maneras resulta extraño que ahora, a cuarenta años de aquellos hechos tan añejos, el semanario Profil haya aireado esta historia que, para lo único que sirve, es para echar porquería sobre uno de los políticos austriacos más sobresalientes de las últimas cinco décadas. Un hombre que demostró ser un tío bragado cuando Franz Fuchs le arrancó una mano con una carta bomba y que devolvió Viena (o lo intentó) al circuito de las ciudades internacionales (Por no hablar de que estuvo casado 30 años con Dagmar Koller, lo cual tampoco es moco de pavo).
Alguien hay por ahí que todavía no le ha perdonado que se afeitara con maquinilla eléctrica cuando todo el mundo se rasuraba aún con Filomatic.
En resumen: un tipo atractivo, que tenía éxito con las mujeres y que, profesionalmente, prometía. Un follarín centroeuropeo: el candidato perfecto a emular a 007.
Según la revista Profil fue en este momento cuando los servicios secretos checoslovacos se fijaron en Zilk (!) y contactaron con él proponiéndole que espiara para aquel gobierno que, como se decía entonces, “estaba en la órbita de Moscú”.
Los checoslovacos necesitaban informaciones a propósito de lo que se cocía en la política y la economía austriacas (cuyos cenáculos Zilk empezaba a frecuentar) y le pagaron al futuro alcalde de Viena lo que, al cambio de hoy, equivaldría a 30.000 Euros. Dice Profil que Zilk aceptó la tela sin mayores aspavientos y que, además, se dejó compensar en especie por sus informes. En vino y conservas.
Asimismo, y siempre según el semanario vienés, se dio varios garbeos por la Praga comunista y se alojó (pagaba el Partido) en un hotel céntrico. Allí, para comprobar que era un informador de fiar, fue espiado a su vez.
Estos informes a propósito de los movimientos de Zilk por la capital checoslovaca son, a mi juicio, la parte más entrañable de la historia. Porque, de ser verdad, revelan el factor humano: ese enorme complejo que siempre tuvieron los habitantes del mundo comunista frente a la mitificada riqueza de la vida capitalista. Por ejemplo, el presunto espía que le vigiló cuenta que Zilk se afeitó “con una maquinilla eléctrica” (teniendo en cuenta lo que había que esperar en las economías programadas para conseguir un coche, mejor no hacerse a la idea de lo que una maquinilla eléctrica suponía para aquel pobre obrero del micrófono oculto).
Parece ser que las labores de Zilk como agente de la TIA duraron hasta 1974. Sin embargo, el cuento no termina aquí: porque cuando Zilk, el día 24 de octubre pasado, emprendió el camino del Zentralfriedhoff, el expresidente checoslovaco (el entrañable Vaclav) en vez de dejar estar el tema, decidió removerlo y, al mejor estilo papal, disculparse por las atrocidades cometidas “cuando entonces” entre las que figuraba haber corrompido al ilustre difunto por un quítame allá estas latas de caviar del Caspio.
De todas maneras resulta extraño que ahora, a cuarenta años de aquellos hechos tan añejos, el semanario Profil haya aireado esta historia que, para lo único que sirve, es para echar porquería sobre uno de los políticos austriacos más sobresalientes de las últimas cinco décadas. Un hombre que demostró ser un tío bragado cuando Franz Fuchs le arrancó una mano con una carta bomba y que devolvió Viena (o lo intentó) al circuito de las ciudades internacionales (Por no hablar de que estuvo casado 30 años con Dagmar Koller, lo cual tampoco es moco de pavo).
Alguien hay por ahí que todavía no le ha perdonado que se afeitara con maquinilla eléctrica cuando todo el mundo se rasuraba aún con Filomatic.
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