25 de Marzo.- Querida sobrina: en las últimas fotos que me ha mandado tu abuela estás preciosa. Tanto, que he cambiado la que tenía de fondo de pantalla en el móvil, esa en la que estás sentada en el césped, vestida con el traje de flamenca que te compré en Valencia, una flor de tela en frágil equilibrio sobre los cuatro pelillos que tenías entonces. Estabas tan guapa que me tengo que contener para no ponerme a hacer metáforas cursis ( cuando tu tío se pone, a cursi no hay quien le gane).
Quiero hablarte hoy, Ainara, de algo que, necesariamente, tendrás que aprender a manejar a lo largo de tu vida y cuya administración no siempre es fácil. Por picantes, sabrosos y atractivos, los secretos son la materia de la que están hechos nuestros sueños. Nada fortalece más una amistad que un secreto compartido, y toda relación de pareja necesita que los amantes tengan espacios estancos en los que guarden aquellas cosas que al otro puedan hacerle daño. Unos espacios, por otra parte, con los que también hay que tener un tén con tén, porque si son demasiado grandes convierten a los enamorados en personas que conviven bajo el mismo techo sin tener gran cosa que decirse (aunque del amor y las parejas quizá mejor será que hablemos un poco más adelante).
Cuando descubras los secretos, Ainara, empezarás a dejar de ser una niña. Se secará la flor de tu inocencia porque habrás descubierto la ocultación, el fingimiento; tendrás una intención y dos caras: la radiante superficie de quien no tiene nada que ocultar y el interior, donde estarán aquellas informaciones cuya revelación consideres potencialmente peligrosa para ti o los otros.
Tus amigas, en las tumultuosas tardes de la adolescencia, construirán con la mano islas de silencio en las que te entregarán al oido confidencias sobre el as del balón que les alborote las hormonas. Quizá en tu ingenuidad te des cuenta de que alguno de estos secretos se te entregan con la secreta esperanza de que los reveles. Lo harás, y descubrirás entonces que la que hasta ayer era tu amiga del alma, se convierte de pronto en un ser frío y distante a quien tú tampoco podrás ya explicarle los encantos del chico que te guste. Todo secreto que se entrega, Ainara, implica también poner a prueba la confianza que nos merece el receptor.
Habrá secretos que guardes toda tu vida, y secretos que reveles sin querer, o secretos que alguien te saque a tu pesar (a esto en la familia lo llamamos “meter mentira para sacar verdad”).
Y habrá secretos que alguien te cuente y que, cuando se hagan públicos, por elegancia, no podrás darte el gustazo de admitir que los sabías (ocurre a veces que el primer depositario de la información te deja con las vergüenzas al aire al estropear esta educada ficción). Procura eso sí, Ainara, guardar sólo aquellos sigilos que te imponga proteger a los que quieres; y en cuanto a tus trapos sucios, intenta seguir el consejo que tu abuelo siempre nos dio a tu padre y a mí: “Si no quieres que nadie se entere, no lo hagas”.
Besos (nada secretos, eso sí) de tu tío.
La flor de los secretos
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Comentarios
2 respuestas a «La flor de los secretos»
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De adolescentes, de broma deciamos ” si se esconde para mear…”, la sociedad se impone, y este animál colectivo que somos impone su ley, a todos.
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Hay que procurar también que el animal no nos imponga demasiado sus reglas. Sólo lo justo para hacer la convivencia más fácil y agradable 🙂
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