5 de Abril.- El otro día, mientras esperaba que fuera la hora de mi clase de español, me metí en el Müllers, esa tienda que siempre me hace picar. No fue una excepción esta vez. Me compré el pack de DVDs de Los Tudor. Yo no lo sabía entonces, pero esa serie en la que todo el mundo fornicia alegremente ha resultado ser lo más indicado para esta eclosión primaveral.
Tras los primeros cinco episodios debo decir que, lo que al principio era una cosa un poquillo sosainas (al fin y al cabo la Inglaterra de Enrique VIII es un tema un poco sobado) ha ido cogiendo nivel y emoción y ahora estoy enganchadísimo. Sin embargo se nota mucho que la serie es americana, mayormente en que todo lo dorado que sale (y sale mucho) brilla mogollón y en que todas las caras de los actores están cortadas por un patrón que no se ve en las series europeas (particularmente británicas, que son las que se han currado más el tema).
Tras los primeros cinco episodios debo decir que, lo que al principio era una cosa un poquillo sosainas (al fin y al cabo la Inglaterra de Enrique VIII es un tema un poco sobado) ha ido cogiendo nivel y emoción y ahora estoy enganchadísimo. Sin embargo se nota mucho que la serie es americana, mayormente en que todo lo dorado que sale (y sale mucho) brilla mogollón y en que todas las caras de los actores están cortadas por un patrón que no se ve en las series europeas (particularmente británicas, que son las que se han currado más el tema).
Si la serie hubiera sido de la BBC otro gallo nos hubiera cantado. Particularmente, porque le habrían dado el papel de Enrique VIII a un actor feo (el rey inglés, a juzgar por los retratos era todo menos un Apolo) pero con varios años de Shakespeare a sus espaldas. Jonathan Rhys Meyers es un actor potable pero un rey, en cualquier caso, de lo más improbable. Ahora bien, como goza del cuerpo y la cara con que toda mujer –y, al menos el 10% de los varones- sueña, pues da lo mismo.
A la mínima, Jonathan sale como su madre le puso en este valle de lágrimas, o se muerde el labio inferior en plan viciosillo, o abre mucho los ojos como un bakala de Costa Polvoranca pasado de éxtasis. Ni el director ni los guionistas se cortan. La consigna es: quien quiera ver callos malayos que ponga a Helen Mirren.
En los Tudor, tampoco hay demasiado sitio para la Historia y las cosas se cuentan deprisita y sin entrar en honduras. Para rematar, el malo es uno de los actores de Parque Jurásico. Un hombre que queda algo incongruente con capelo cardenalicio, más que nada porque se nota que, en su vida, ha visto cómo anda un príncipe de la iglesia (católica). Ahora bien, como es maquiavélico me hace caidas de ojos y se coge las manos como el cardenal Richelieu de D´Artacan y los tres mosqueperros.
A la mínima, Jonathan sale como su madre le puso en este valle de lágrimas, o se muerde el labio inferior en plan viciosillo, o abre mucho los ojos como un bakala de Costa Polvoranca pasado de éxtasis. Ni el director ni los guionistas se cortan. La consigna es: quien quiera ver callos malayos que ponga a Helen Mirren.
En los Tudor, tampoco hay demasiado sitio para la Historia y las cosas se cuentan deprisita y sin entrar en honduras. Para rematar, el malo es uno de los actores de Parque Jurásico. Un hombre que queda algo incongruente con capelo cardenalicio, más que nada porque se nota que, en su vida, ha visto cómo anda un príncipe de la iglesia (católica). Ahora bien, como es maquiavélico me hace caidas de ojos y se coge las manos como el cardenal Richelieu de D´Artacan y los tres mosqueperros.
Quizá lo que pasa es que uno está acostumbrado a ver la Historia en televisión (o DVD) bajo un tratamiento más sobrio, sobre todo más teatral (estas cosas no pasan de ser teatro filmado) en cuidadas adaptaciones en las que la corrección política ocupa un lugar mínimo. Un ejemplo: situación: El Rey de Inglaterra y El Rey de Francia. Cumbre de Calais. Siglo XVI. Pues bien: en el séquito del rey francés figuran de manera preeminente dos caballeros de color (negro). Uno, como es lógico, no es racista. Pero en una obra dizque histórica, la figura de estos dos ciudadanos oscuritos de piel desentona un poco. Más que nada porque el censo de nobles de color en la corte francesa debía de ser más o menos escasito.
A favor la serie tiene una realización competente, un ritmo sensato y una Catalina de Aragón muy digna (por cierto, es curioso como en todas las adaptaciones que yo he visto de esta historia, esta mujer sale muy bien parada). La historia está a punto de llegar al cisma anglicano. Voy a ver si le doy al play.
A favor la serie tiene una realización competente, un ritmo sensato y una Catalina de Aragón muy digna (por cierto, es curioso como en todas las adaptaciones que yo he visto de esta historia, esta mujer sale muy bien parada). La historia está a punto de llegar al cisma anglicano. Voy a ver si le doy al play.
Deja una respuesta