Otra vuelta de tuerca

Ferdi Berisa, ganador de la última edición de Gran Hermano en Italia (foto: El Mundo)

21 de Abril.- Hay por esos mundos (Gran Bretaña) una señora bastante poco agraciada que, por lo visto, canta muy bien.

La señora, que ya no se cuece en un hervor, parece ser que aún no ha conocido un varón que la haga vibrar como a Rocío Jurado (q.e.p.d.). Así que un productor avispado le ha ofrecido grabar en vídeo la pérdida de su mustia doncellez a cambio de un millón de dólares.
Otrosí: leo en el periódico que el enésimo Gran Hermano italiano ha sido ganado por un inmigrante calé que, aparte de lucir un físico lorquiano, no tiene más patrimonio que todas las cosas que tiene en contra (dejando aparte su raza, el pobre es montenegrino, tímido, inculto, fue abandonado por su madre, chuleado por su padre…En fin, que al angelico sólo le faltó haber nacido en martes trece, debajo de una escalera y en una habitación amarillo limón).
La tele austriaca podría pasar los criterios de la superiora de un convento de clausura. Quizá porque no hay teles privadas y la que hay (Puls 4) debe de tener el presupuesto de la cadena local de mi pueblo. Sólo tenemos realities “buenos” o sea, con famosos A (¿El Indio es un famoso A? Bueno, aceptamos barco como animal acuático) o con gente anónima que aspira a famosa a través del esfuerzo y la superación (Operación Triunfo, facción Ursulinas militantes). Esto hace que en Austria, como ya he contado algunas veces, los famosos sin apellido sean una especie tan rara como el okapi. De hecho, tenemos sólo una famosa así (“Mausi”, conocida también en ambientes arrabaleros como “La mausi”) pero en los medios serios o que aspiran a serlo la llaman por su nombre completo de casada: Christina Lugner.
Todo esto porque el otro día, en casa un amigo que es fan de la OT alemana (el pobre) me acordaba yo de cuando trabajaba en la tele y empezó Gran Hermano. Todos los días, los programadores bajaban a comer con los ánimos por los suelos. Mi amiga A., responsable de que en Celtiberia el perro Rex sea el vienés más conocido, al ver los shares de aquello movía la cabeza y decía “esto es inhumano, esto es inhumano”.
Sin embargo, cuando se anunció la segunda edición, todos nos dimos cuenta de que algo había cambiado. Nuestros hamsters (los concursantes), que antes habían actuado con la inocencia de quien no sabe que le espían, ya habían descubierto las cámaras. En “La Casa” había un segundo factor: el público que veía el programa, y sus hipotéticas reacciones, que los concursantes aspiraban a modelar. El día en que el primer concursante de Gran Hermano miró a un objetivo y habló con unos televidentes cuya existencia solo podía intuir, se acabó la era del Hamster y empezó la del Tertuliano.
Pues bien: el caso de la virgen cantora demuestra que hemos dado una segunda vuelta de tuerca: desde hace un par de temporadas, los momentos emotivos de un reality show se fabrican desde el casting mediante el viejo procedimiento de hurtarle al público información y soltarla, como una bomba, en los momentos en que el interés decae. Se busca la sorpresa barata, el efectismo sentimental. Los candidatos a encerrarse o a aprender a cantar se seleccionan, cada vez más, en los espacios más estrechos de la campana de Gauss. Gracias a youtube, el mundo se ha convertido en un gigantesco casting en donde cada uno podemos hacer nuestra monería, y despues ser descartados por inservibles para alimentar al gran leviatán.


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