Carla la muda y otros cuentos

El matrimonio presidencial francés a su llegada al aeropuerto madrileño de Barajas

27 de Abril.- (Un largo paréntesis: ayer estuve viendo en las noticias de TVE(i) un reportaje sobre la visita de estado a madrid del presidente francés, M. Nicolas Sarkozy y su esposa. No me pude reir más. Lo que los medios llaman la elegancia de Carla Bruni no es más, en mi opinión, que una cursilería espantosa ¡Qué manera de colocarse las manos delante del regazo! ¡Cómo anda con el culillo sacao! Es lo más artificial del mundo. Porque señores, hay posturas, miradas, expresiones, que sólo se aguantan en una foto fija para Vogue. En la “vida real” resultan de lo más cursi. La elegancia, si es algo, es naturalidad.
Por otra parte, el hecho de vestir diseños de Dior no convierte a una mujer a la secreta religión de la elegancia. Está claro que tiene que hacerlo –vestirlos- porque el primer deber de la primera dama de Francia es el de promocionar la industria textil local; pero yo estoy seguro de que si en Mme. Sarkozy queda un átomo de auténtica distinción -y no hay que dudarlo-, debe de estar retorciéndose al verse fotografiada con esas galas de nueva rica de provincias.
Mientras me despepitaba con el arrobado aire de la Bruni ante Las Meninas de Velazquez –se ha operado tanto que el aire arrobado consiste en ella en entrecerrar un poco los ojillos- y escuchaba con incredulidad que el matrimonio presidencial francés había visitado el Prado en el increible lapso de media hora (!) me vino a la cabeza que Mme. Sarkozy es una de esas famosas sin voz.
Me rebatirá algún lector astuto que Carla Bruni canta, y yo le responderé que fuera del espacio brillante de un compacto yo no la he oido decir esta boca es mía. Ahora bien: suele suceder con este tipo de damas de alta cuna y de baja cama que, en cuanto hablan, es para que suba el pan.
Ahí está, sin más que cruzar el Canal de la Mancha, el caso de Lady Diana Spencer, princesa difunta de Gales. Una chica alta y también muda, que tenía más o menos el mismo repertorio gestual que Bruni ha exhibido en Madrid. A saber: sonrisa desmayada, mirada directa, mirada seria y, para casos de emergencia, ojos húmedos fijos en el techo. Todo combinado con sendas poses sentadas de piernas en diagonal con rodillas juntas o carterita camuflando la postura protectora de las manos cruzadas sobre el regazo. Combínese como se quiera et voilá!
Como Bruni, Lady Diana también emitía mensajes controlados. Fueron años leyendo con átona voz escolar discursos que alguien le escribía. Hasta que decidió hablar con su voz y proporcionarle titulares a los medios. Aquello tan bonito de “en mi matrimonio éramos tres”, ya se sabe.
Para que no se me acuse de machista, incluiré también en esta lista a otra criatura muda de sexo masculino esta vez: Mario Conde. Antes de su caida, ¿Había escuchado antes la voz del chico de oro? Él era también esa foto fija, ese rostro pétreo, esa peculiar contracción de mandíbula, esa mirada anclada a un punto de fuga más allá de las cabezas del público. Y aún después, la cárcel, la mochila de la libertad condicional, el cuello abierto y descorbatado de los campeones caidos en desgracia. Todo en silencio. Un sombra fugitiva recorriendo los escenarios de una vida. El despacho o la cárcel.
Últimamente, Mario Conde va a televisión a hablar de su revolución interior. Lee poesías. Comenta textos religiosos ¿Será que el poder está rodeado, por definición, de silencio?
Se cierra paréntesis.)

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