Dispuesta a que su declaración no se quedase en un mero fervorín electoralista, la señora Ministerin anunció que se implementarían mecanismos para detectar a las empresas discriminadoras, a las que se castigaría con multas de hasta diezmil eurazos. Acostumbrado a este tipo de globos sonda por la política española, en la que demasiadas veces se tira la declaración y luego se esconde la mano (véanse si no los dimes y diretes de la penúltima ley del aborto) la verdad es que no presté demasiada atención a las palabras de la ministra. Me pareció, eso sí, que estaba un pelín pasada de vueltas y que las cuatro vulgaridades que utilizó para defender su postura eran más una forma para contentar a una galería convencida que un esfuerzo serio por hacer valer su opinión.
La Frau Ministerin explicó que se aplicaría el modelo sueco y que se repartirían encuestras entre los empleados al objeto de que denunciasen cualquier irregularidad. La locutora intentó poner entonces algo de equilibrio en el flamígero discurso de la ministra, explicándole que este tipo de sospechas son un arma peligrosa; la Frau Ministerin no se apeó de su jumento y argumentó que lo loable del fin justificaba los medios. La locutora intentó entonces buscar una salida conciliadora:
-Se publicarán los nombres de las empresas infractoras pero ¿Se hará lo mismo con las que hagan los deberes?
El rostro de la señora Heinisch-Hosek se iluminó. Sonriente, se dejó decir que el Gobierno había pensado ya en ello.
La legislación laboral austriaca es enormemente protectora para con los trabajadores; y todo a pesar de que, por ejemplo, el despido es aquí muchísimo más barato que en España. Sin embaro, parece ser que la realidad es tozuda y que, en algunos sectores, las mujeres cobran hasta un 25% menos de lo que cobran sus compañeros varones. Sin embargo, a mí me parece que sancionar no es el camino, por mucho que la Frau Ministerin piense que así se solucionan todos los problemas.
Creo que, a medio y largo plazo, es mucho más efectiva una política educativa que trate igual y a todo el mundo, así como unos medios de comunicación comprometidos en dejar de enseñar a las mujeres como floreros (en Austria, aún, se ven campañas de publicidad que en España sacarían a las feministas a la calle armadas con horcas y teas encendidas). Por otra parte, nunca en España he tenido yo que rellenar, como aquí, encuestas en las que se me preguntaba si, por ejemplo, el profesor de un curso había discriminado a las alumnas.
La sensación es que los esfuerzos en pro de la igualdad son un tanto dispersos y que no están coordinados.
Hasta que el ser hombre o mujer no deje de ser visto como un factor determinante para calibrar la valía de un trabajador, me parece a mí que el problema de los sueldos no empezará a mejorar.
Ahora bien: el quid de la cuestión es ¿Cómo llegar a eso?
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