En primer lugar, quizá sea necesario aclarar que, en Viena, a diferencia de en otras ciudades europeas, no existe un barrio o una zona que aglutine a la comunidad gay. Quizá sea porque aún lo gay, como negocio, está en mantillas. La actividad económica dirigida a los homosexuales aún no mueve las enormes cifras que, por ejemplo, mueve en la capital de España.
Nuestra primera parada será la Rosa Lila Vila. En esta casa estilo Biedermaier, salvada de la demolición por el Doktor Zilk (q.e.p.d.) se desarrolla toda la “actividad reivindicativa” del movimiento gay (bueno, una gran parte: la otra la lleva el partido Verde, die Grünen, que son los que están más a la vanguardia en relación al tema de derechos de los homosexuales). La Villa tiene biblioteca, y ofrece asesoría, a quien tenga menester de ella, sobre los más variados temas. Está situada en la Linke Wienzeile, a muy pocos pasos de la parada de metro de Pilgrammgasse. La Rosa Lila tiene un bar en el que se sirven exóticas especialidades orientales.
No lejos de ella, en Kettenbruckengasse (línea U-4), cerca del Naschmarkt, se encuentra el café Savoy. Un lugar al que los gays vieneses (y también muchísimos heteros) van a tomarse un cafelete después de haber hecho sus compras en el mercado de abastos cercano –el Naschmarkt– el café Savoy fue abierto para una exposición universal en la segunda mitad del siglo XIX y se conserva más o menos como entonces. Dos grandes espejos, que sobrevivieron a la segunda guerra mundial, permiten mirar sin ser visto.
Otro lugar que merece una visita si uno quiere tomarle el pulso a la realidad gay vienesa es un bar pequeñito que se llama Die Alte Lampe, y que pasa por ser el bar vienés más antiguo dirigido al público homosexual. Lo frecuentan entrañables abuelos que recuerdan, frente a su copita de spritzer, aquellos momentos en que la homosexualidad estaba prohibida por ley (hasta los años setenta). Pero también van jóvenes que se quieren tomar una copa tranquilamente. El sitio es curioso y, los sábados por la noche, organiza unas fiestas en las que, una vez uno supera la perplejidad, reina un gran ambiente familiar (quizá sea porque los parroquianos de la Alte Lampe se conocen todos de hace muchos años).
Los jóvenes frecuentan el Village, que es una discoteca pequeña pero también bastante cool en la que, según se dice, uno puede entrar solo y salir acompañado con relativa facilidad (otros más peritos que yo podrán certificar esto: yo me limito a recoger la voz del pueblo).
En todos estos lugares se puede coger un mapa (gratuito) en el que están todos aquellos lugares que, a juicio de los editores, un gay que se respete debe conocer. Bares, tiendas, cines y, por qué no, aquellos que permiten adentrarse en el lado más salvaje de la noche y realizar todas las maniobras orquestales posibles en una coqueta oscuridad (para la luz de las alcobas, hotel o domicilio).
También existe a disposición de los interesados una guía en la que los profesionales gays que así lo desean, pueden anunciarse. Desde pintores (de gotelet y de brocha fina) a doctores que recetan antibióticos para catarros y, de paso, aconsejan sobre métodos para evitar el SIDA letal.
En el apartado publicaciones, la oficial se llama Extra! Y viene a ser una cosa como la gacetilla de mi pueblo. Es de periodicidad mensual y trae unos artículos (a mi juicio de bastante poco fuste) y una selección de todos los programas de televisión y películas en los que, durante el mes siguiente, se hablará de los gays de una manera o de otra.
En fin. Y mañana, el desfile.
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