En fin.
Este preámbulo tan largo porque corre por las calles vienesas el rumor de que la compañía de transportes tiene la intención de prohibir comer (y beber) en los medios públicos. Con ello, harían feliz a una conocida mía que se queja siempre de todos los que se montan en el mentro pertrechados con kebaps y otras fuentes de pringue. Ella utiliza el término “Fressereien”, que es de difícil traducción. Aunque baste decir que en alemán, los bípedos implumes comemos (essen) y las bestias fressen. Mi amiga, que es una fervorosa creyente en la religión del civismo, jura en sánscrito a propósito de las tufaradas que emiten estos comistrajos de procedencia americana o sarracena. Por no hablar de que, como a todo el mundo se le alcanza, son fuente potencial de churretones.
A pesar de esto, también tengo que decir que los austriacos tienen una actitud mucho más desenvuelta que los españoles con esto de la comida ambulante. Por ejemplo, a las tiendas de ropa se puede entrar comiendo helados y otras cosas potencialmente peligrosas para el género. Algo que, en España, sería impensable (aunque no ponga en ningún sitio que no se pueda hacer). Del mismo modo, los aborígenes se echan las manos a la cabeza, como si les estuvieras tocando un derecho fundamental, si les indicas, aunque sea diplomáticamente, que te parece una guarrería que los perros entren a los restaurantes (del fumeque de los amos ya ni hablamos). No es raro tampoco que un camarero obsequioso le traiga al can un cacharro con agua; e, incluso, en algunas tiendas grandes (Leiners) incluso hay a la puerta cuencos con golosinas para canes. Todo esto ante el flipe de quien nos hemos criado en entornos en los cuales los bichos y la comida no entran nunca en contacto.
Volviendo a los metros y autobuses, yo no estoy en contra de que se coma, siempre y cuando se observen las normas elementales de la limpieza. Es más, yo mismo soy muy de comer por la calle lo que se me tercia, porque resisto muy mal el hambre (mis amigos que me lean, pueden dar fe). De momento, las últimas encuestas aseguran que un 66% de los usuarios de los transportes públicos están a favor de la prohibición (y correspondiente multazo, por cierto, a los infractores).
Un treinta y cuatro aún preferimos que nos dejen “fressen”.
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