El sol juega entre los árboles (La Herencia de Eszter)

Dibujo del ilustrador español Rafael de Penagos

9 de Junio.- Siempre que me acuerdo de F. le veo en el café Drechsler, al lado del Naschmarkt, recién llegado de ver a Ana Netrebko en La Traviata. Un chaval delgado y sonriente con gafas de pasta al que nadie, por su juventud, diría que sus pacientes llaman doctor.
La nuestra es una amistad un tanto atípica porque hasta ahora se ha desarrollado casi toda por correo electrónico –cosas de la lejanía geográfica-. Sin embargo, desde el primer momento se dio entre nosotros esa intimidad de los que están unidos por la letra impresa.
Como F. tiene conciencia de lo que puede ser la soledad idiomática, ha tenido la gentileza de regalarme un par de libros (este post, de hecho, quisiera que sirviera de testimonio de mi agradecimiento). El hecho es que, quizá porque siempre escoge alguno de sus favoritos, ha dado en la diana en las dos ocasiones en que lo ha hecho.
La primera fue con Confesiones de una Máscara, de Yukio Mishima. Y la segunda ha sido con La Herencia de Ezster, del húngaro Sandor Márai, del que nos ocuparemos hoy.
Aparte de ser un libro muy elegante (el estilo es ágil y la trama es absolutamente matemática), La Herencia de Ezster trata un tema que a mí, personalmente, me apasiona: la falsa bondad y los que se aprovechan de ella. Llamo falsa bondad a la pasividad que nos sobrecoge a todos en algún momento de nuestra vida y que nos vuelve incapaces de defendernos de aquellos desaprensivos capaces de detectarla.
Esta pasividad no obedece a ninguna clase de rectitud moral, sino a una sensación (los freudianos dirían que neurótica) de indefensión ante determinadas personas o acontecimientos.
Antes de seguir contaré la trama del libro. Se resume pronto: Ezster es una dama madura de la burguesía rural, que vive en una pobreza decorosa junto con su sirvienta Nunu. Esta pobreza es el producto de la rapacidad de un antiguo prometido (que la abandonó para casarse con su hermana). El tipo es un absoluto sinvergüenza cuya labia tiene la reputación de ser invencible. Tras la marcha del un burlador que no es tal, porque todo el mundo sabe a qué atenerse con respecto a él (aunque le dejen hacer por misteriosas razones), Ezster se las arregló como pudo para seguir viviendo durante veinte años. Hasta que un día llega una carta anunciando el regreso del desaprensivo; un retorno que tanto Ezster como Nunu aceptan como una fatalidad que terminará de sumirlas en la pobreza. La propia Ezster asume con resignación que, durante su visita, el antiguo prometido terminará por despojarla de todo y la condenará a vivir una vida de miseria. Nada puede hacerse. El bicho en cuestión, por supuesto, se presenta. El resto de la novela es un relato sucinto de la visita y de las conversaciones que se desarrollan durante el día que ésta dura. El libro, muy poéticamente, termina en la noche de ese día.
Umberto Eco, a través de su personaje Guillermo de Baskerville, dice que “los libros siempre hablan de otros libros”. Y La Herencia de Ezster contiene muchos ecos de otras novelas, leves rastros, motivos, sugerencias, como el perfume que queda en el ambiente cuando alguien a quien queremos sale de la habitación.
La Herencia tiene algo de Washington Square (esa novela tan sólida que sigue funcionando hoy tan bien como el día en que se publicó) y también se diría que la sombra de la triste Ezster flota también sobre algunas de las novelas autobiográficas de Marguerite Duras. Particularmente en Un Dique Contra el Pacífico pero, sobre todo, El Amante (a través del personaje de la madre de Duras). No sé si Duras leyó el libro de Marai, o si el tipo de mujeres desarmadas que aparece en La Herencia de Ezster era relativamente común entre las burguesas del primer tercio del siglo XX; pero el caso es que algunas posturas, una inocencia un poco anticuada, una fe en “la bondad de los desconocidos”, la idea de uno mismo como dependiente de la caballerosidad ajena, están extraordinariamente presentes en los retratos de personajes femeninos de esa época.
Mujeres educadas para considerar que la utilidad y la indepencia propias eran, cuando menos, sospechosas. Una especie de mancha sobre la propia feminidad.
Lo único que se le puede reprochar a esta novela es que, a veces, sacrifique la profundidad en bien de la estilización. Hasta el punto de que a ratos los personajes hablen destacados contra un fondo que, habilmente, Marai hace que aparente más de lo que es.
Ayer, mientras iba en el metro camino de mi clase, el tren paró en la estación de Währingerstrasse. Es una estación elevada, sobre el Gürtel, construida en el siglo XIX sobre el proyecto de Otto Wagner. El amable sol de la tarde traspasaba unos árboles cercanos y dibujaba unas frescas sombras sobre las paredes encaladas. Aquellas sombras que se movían, con su tranquila belleza, eran una evocación perfecta de La Herencia de Ezster.

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Comentarios

Una respuesta a «El sol juega entre los árboles (La Herencia de Eszter)»

  1. Avatar de JOAKO

    No se si será una señal, pero últimamente me he tropezado con muy buenas críticas de Marai, del que aún no he leido nada…algo habrá que hacer al respecto. Yo si que creo que las mujeres hasta el presente, tienen una especial relación con la soledad y la culpa.

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