
Claro, que a mí esto no me pasaría si yo pudiese planchar sin tele. Y esta insuficiencia mía, aparte de darme disgustos, a la larga me sale por un pico. Juzgue el amable lector: Los Soprano, primero; luego, los Tudor y, desde hace un tiempo, como mis lectores más fieles saben, Luz de Luna.
Ya voy por la cuarta temporada (para mi desgracia sólo hicieron cinco). Pues bien: en un momento de debilidad, me puse los extras del DVD y salió Cybil Sheperd tal cual está hoy. Y qué susto más grande. No es que esperase que esta señora conservase la belleza greisqueliana de mil novecientos ochenta y siete pero creo que la vida, a esta muchacha, la ha tenido que tratar mal. Si no, no se explica.
Mira Bruce Willis, con todo lo que ha pasao la criatura, y sólo está un poco más calvo (joé: se casó con Demi Moore, que tiene telita; salvó al mundo de varios grupos terroristas e, incluso, se permitió una peli destinada directamente a los onanistas más vergonzantes del videoclub con la protagonista de El Amante).
Hablando de la calvicie de Bruce: se podría hacer un paralelismo entre las diabluras que los peluqueros de Luz de Luna tenían que hacer para que pareciese que tenía pelo y los cambios en las tramas de la serie.
Conforme Willis va perdiendo densidad por la zona norte, L.de L. Pasa de ser la clásica movidita de detectives que respiran tensión sexual a una comedia (¿Romántica?) que culmina en algunas de las escenas sexuales más gélidas de la historia de la televisión.
Es como si VD, blog más o menos dedicado a glosar las aventuras de un servidor en la capital de los valses, se transformase de pronto (y de manera un tanto abrupta) en un blog sobre electrónica recreativa o bricolaje. Y sobreviviese.
Pues así mutó Luz de Luna. A mí, en su momento (mi primera adolescencia) no me gustó nada el cambio (que, supongo, precipitó el final de la serie) pero ahora, entre sesión de planchado y sesión de planchado (y, sobre todo en versión original) reconozco que tiene su gracia.
Pero aún hay más: esta nueva temporada de Luz de Luna me ha servido para reconciliarme con Bruce Willis (un actor al que, desde aquellos entonces, yo no podía ver). Me he explicado eso que dice mi primo N. de que, a pesar de que a mí no me guste, Willis es el tipo “que mejor ha llevado las camisetas imperio en la historia del cine”.
Incluso se le perdonan esos calcetines blancos con zapatos negros que me saca de vez en cuando. Y los nikis rosas. Y los jerseys de perlé con cuello de pico hasta el ombligo. Y los vaqueros sin cinturón.
Pecados de juventud. Pecados de los ochenta. Cuando todos teníamos un poco más de pelo.
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