Desde aquí, una de las consecuencias más perceptibles de la crisis que ha herido el edificio económico español, es que los periódicos se han vuelto mucho más sensacionalistas de lo que eran (y ya lo eran mucho).
Hablo sobre todo de los periódicos en línea, que sigo con asiduidad, aunque los programas informativos televisados, por lo que se me alcanza, están llegando a cotas de abyección y de bajeza que parecían imposibles hace sólo cinco años.
La crisis, que ha podrido el tronco de la economía española, va extendiendo su moho, su descomposición gris y húmeda a la sociedad, a través sobre todo de la prensa escrita. La población española, por esta vía, está enfermando sin apenas darse cuenta, y lleva camino de convertirse en una colectividad cabreada, tensa, neurótica, cerril y sedienta de sangre.
En Pamplona, durante los Sanfermines anuales, uno de los hombres que corren delante de los toros fue corneado por una fiera y los servicios sanitarios no pudieron hacer nada por salvarlo. Casi instanteaneamente, sin tener ningún tipo de consideración hacia la familia del fallecido, todos los medios publicaron imágenes en movimiento y estáticas de la muerte del hombre, amparándose pretextos de prístina apariencia pero realidad maloliente. Al día siguiente, en el mismo marco, uno de los corredores fue corneado en el cuello de manera espeluznante. El animal, en su furia, le desgarró la ropa dejándole, amén de ensangrentado, con las vergüenzas al aire. La foto de aquel hombre medio desnudo, con el cuello agujereado y la sombra helada del terror en el rostro, estuvo en el aire (en internet) hasta que alguien decidió sustituirla por un primer plano más púdico. El sexo del hombre ya no era visible (el periodista sin duda pensó que era mejor que los niños y los adultos vieran a un hombre despanzurrado y no un hombre despanzurrado con el pene al aire). Así siguió la foto.
Días después, en el hospital madrileño Gregorio Marañón, y debido a un error médico, muere un bebé de padres marroquíes, cuya madre había fallecido antes (desgraciadamente) a causa de la gripe porcina. El espeluznante hecho, reconocido rápidamente por el hospital, fue amplificado hasta la extenuación por los medios de comunicación españoles que abundaron en todo tipo de detalles pornográficos a propósito del suceso, e incluso mostraron fotografías que, por puro tacto hacia el único superviviente de esa familia (un joven de algo más de veinte años) no existía ninguna excusa para mostrar (me estoy refiriendo a una fotografía en la que el hombre, solitario, avanza con el ataud blanco de su hijo en los brazos).
Me niego a citar, por su crudeza, algunas de las opiniones vertidas en tertulias televisadas y radiadas por cientos de expertos de ocasión. Como ser humano me agreden y creo en el deber que todos tenemos de servir de dique a la porquería.
Por contraste, quisiera poner sólo un ejemplo de los medios austriacos.
Durante la última fiesta nacional de los Países Bajos, un indivíduo, sirviéndose de un coche, intentó atentar contra la familia real holandesa y terminó arrollando a varias personas congregadas para ver el desfile, ante la horrorizada mirada de los asistentes a lo que, en principio, estaba destinado a ser una ocasión festiva.
Inmediatamente, la web del periódico austriaco Standard publicó una fotografía en la que se veía el coche impactando contra la multitud. Las indignadas reacciones de los lectores, o sea, de la sociedad civil, no se hicieron esperar, obligando al periódico a retirar la foto.
Mi pregunta es ¿Dónde están los lectores españoles? ¿Por qué yo no he leido ni una sola reacción a propósito de la publicación de las informaciones de las que hablaba más arriba?
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