En la infancia, es fácil: le damos con el balón al jarrón de porcelana de la abuela, mamá saca la zapatilla, nos da un par de pescozones en el culo y ya está. El sur se nos queda dolorido, pero la conciencia como una patena. El reo ya ha pagado su culpa.
Pero llegan los años en los que la libertad empieza a saborearse como un aire fresco y entonces un día, por probar, cogemos con dos deditos el jarrón de porcelana y lo dejamos caer. Se hace añicos. Esperamos. Esperamos. Esperamos otro poco más y no pasa nada. Y ahí, las personas se trastornan.
Libres de la tiranía de la zapatilla materna, hay una parte que hace cosas malas pero se siente fatal. Porque, Ainara, una vez que cualquier bicho medianamente inteligente ha aprendido que un estímulo lleva aparejada una respuesta, es difícil que se le olvide. Para apaciguar a estos, la parte más perspicaz del rebaño inventó eficaces sustitutos a los que yo, genéricamente, llamo “El palo”. El palo se ha llamado Inquisición, Milicia o Partido (con los fascismos antiguos y modernos, de derechas y de izquierdas). Los hombres también han usado la religión (y no sólo las de raíz cristiana) para convencer a otros hombres de la existencia de una especie de Policía Ultraterrena que premia a los sufridos buenos y castiga a los que se empecinan en cargarse los jarrones de porcelana ajenos. Yo, Ainara, no puedo hablar por los mahometanos ni por los budistas, pero basta con echarle un vistazo a cómo va el mundo para darse cuenta de que, mi Dios y el de mis padres, como policía es un desastre.
De todo lo anterior, Ainara, se derivan algunas otras consecuencias que saltan a la vista para cualquiera que tenga dos ojos en la cara. La cohesión de un grupo y su suficiencia,y su durabilidad, depende mucho del mecanismo cohercitivo que hayan conseguido instalar sus dirigentes.
Todo “palo” Ainara, conlleva una ortodoxia (no sé si me sigues). Y los líderes de los grupos en los que te toque estar a lo largo de tu vida llevarán mal que les toques la ortodoxia, porque para ellos significará que quieres echarle mano a su liderazgo. Así, a los quince años, si no quieres tener problemas, te declararás rendidamente enamorada del cantante de moda (aunque pienses que es un poco mariquita, o que tiene la nariz grande). A los veinte, asegurarás querer que el color caqui se ponga de moda entre los dirigentes de América Latina (aunque pienses, como yo, que el caqui se presta especialmente al bananeo y al culto a la personalidad); cuando empieces a trabajar, te adherirás a los objetivos de la organización sin condiciones, aunque pienses que “esta dirección es una ruina que nos lleva a la suspensión de pagos”. Y así, sucesivamente. Tu vida será sosa, pero tendrás menos problemas tontos.
El poder, Ainara, es imbécil por definición.(Aunque, como todos los tontos, el poder también es peligroso).
Podrás así dedicarte a ser tú misma sin peligro; a regirte por una ética en la que prime la decencia, el cuidado hacia otras personas, cierta ironía, mucho escepticismo pero, sobre todo, toneladas de sentido del humor.
Besos de tu tío.
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