6 de Agosto.- La opinión pública austriaca zumba hoy como una colmena debido a que, en la noche de ayer el joven Florian P., de 14 años, fue abatido a tiros por la policía a eso de las dos y media de la madrugada, mientras asaltaba, en compañía de otro chico de su edad, un supermercado Merkur de la localidad de Krems. Florian murió allí mismo y el otro chico (cuyo testimonio será fundamental para esclarecer este suceso) está gravemente herido.
Como es natural, la gente se encuentra conmocionada por la juventud de la víctima. Y más, conforme se van sabiendo detalles de los hechos. Por ejemplo que, aunque Florian y su amigo habían forzado la puerta del Merkur no contaban para defenderse sino con unos cuantos utensilios de jardín (cortantes, eso sí). También se ha sabido que la herida de bala que mató al chico fue causada por un tiro por la espalda. Aunque también es cierto que los investigadores han encontrado un proyectil que fue disparado al aire. Si se trató de un disparo de advertencia o de una bala perdida, aún está por aclararse. Los policías, sobre los que (con toda la razón) recae la sospecha de haberse cepillado al chico de la manera más tonta, en estos momentos, se encuentran recibiendo ayuda psicológica.
Las preguntas son muchas y todas escalofriantes: En la oscuridad de la carnicería del Merkur, a las dos y media de la mañana ¿Se dejaron llevar los policías por quién sabe qué y dispararon demasiado pronto y al bulto? (parece de cajón). Aunque, por otra parte, ¿Qué hacía un chaval de catorce años a esas horas fuera de su casa? (lo siento, pero uno conserva anticuados prejuicios a propósito de las horas en que es adecuado que los chavales de catorce anden rodando por el mundo).
Como siempre que hay sangre, vísceras y balas de por medio, el Österreich (gran periódico) ha hecho un meticuloso trabajo de investigación. Ha entrevistado, en primer lugar, a un supuesto amigo del chaval difunto. El testigo (que luego resulta ser un vecino que sólo conocía de vista al muerto) nos aclara que Florian se había comportado siempre “como un auténtico macho” (ein echtes Macho) lo cual parece querer decir que el chico tenía una marcada tendencia a las subidas de testosterona y al rascado inguinal. Nada anormal a los catorce entre los machos de la especie humana, por otra parte. También se nos informa de que Florian era un chico difícil que se comportaba mal en clase. Un rebelde sin causa, vaya.
En un recuadro también se nos enseña una foto de la novia (freundin) del malogrado aprendiz de chorimangui. A pesar de la cara pixelada, tinte salvaje, moreno potencialmente cancerígeno (uso abusivo de las lámparas de rayos UVA) y pañuelo palestino. La desconsolada Julieta grita desde el titular:
-¡Florian, te querré toda mi vida! Eres y siempre serás el mejor.
Lo más probable es que este trágico suceso haya sido el fruto de una bravuconada, de una prueba de valor entre adolescentes. Del mismo tipo de la que hace días causó la muerte de unos casi niños borrachos que se lanzaron al Danubio desde un puente (la vieja historia: “¿A que no hay güevos? ¿A que sí?” ¡Patapum! Al otro barrio). Combinada, por supuesto, con un caso clarísimo de inepcia policial.
Nuestros tiempos, tan ávidos de emociones fuertes, sufren lo que yo llamo una banalización de la estupidez. La gente piensa que todo es como internet: si te equivocas de página, le das al botón de retroceder y las cosas vuelven a estar como estaban. Lo irreparable no existe.
Es una tendencia del mercado: de Brüno a las gilipoyeces de Jackass. La vida es una broma estúpida que se graba con el móvil y luego se cuelga en youtube.
Y luego, claro, pasa lo que pasa.
Como es natural, la gente se encuentra conmocionada por la juventud de la víctima. Y más, conforme se van sabiendo detalles de los hechos. Por ejemplo que, aunque Florian y su amigo habían forzado la puerta del Merkur no contaban para defenderse sino con unos cuantos utensilios de jardín (cortantes, eso sí). También se ha sabido que la herida de bala que mató al chico fue causada por un tiro por la espalda. Aunque también es cierto que los investigadores han encontrado un proyectil que fue disparado al aire. Si se trató de un disparo de advertencia o de una bala perdida, aún está por aclararse. Los policías, sobre los que (con toda la razón) recae la sospecha de haberse cepillado al chico de la manera más tonta, en estos momentos, se encuentran recibiendo ayuda psicológica.
Las preguntas son muchas y todas escalofriantes: En la oscuridad de la carnicería del Merkur, a las dos y media de la mañana ¿Se dejaron llevar los policías por quién sabe qué y dispararon demasiado pronto y al bulto? (parece de cajón). Aunque, por otra parte, ¿Qué hacía un chaval de catorce años a esas horas fuera de su casa? (lo siento, pero uno conserva anticuados prejuicios a propósito de las horas en que es adecuado que los chavales de catorce anden rodando por el mundo).
Como siempre que hay sangre, vísceras y balas de por medio, el Österreich (gran periódico) ha hecho un meticuloso trabajo de investigación. Ha entrevistado, en primer lugar, a un supuesto amigo del chaval difunto. El testigo (que luego resulta ser un vecino que sólo conocía de vista al muerto) nos aclara que Florian se había comportado siempre “como un auténtico macho” (ein echtes Macho) lo cual parece querer decir que el chico tenía una marcada tendencia a las subidas de testosterona y al rascado inguinal. Nada anormal a los catorce entre los machos de la especie humana, por otra parte. También se nos informa de que Florian era un chico difícil que se comportaba mal en clase. Un rebelde sin causa, vaya.
En un recuadro también se nos enseña una foto de la novia (freundin) del malogrado aprendiz de chorimangui. A pesar de la cara pixelada, tinte salvaje, moreno potencialmente cancerígeno (uso abusivo de las lámparas de rayos UVA) y pañuelo palestino. La desconsolada Julieta grita desde el titular:
-¡Florian, te querré toda mi vida! Eres y siempre serás el mejor.
Lo más probable es que este trágico suceso haya sido el fruto de una bravuconada, de una prueba de valor entre adolescentes. Del mismo tipo de la que hace días causó la muerte de unos casi niños borrachos que se lanzaron al Danubio desde un puente (la vieja historia: “¿A que no hay güevos? ¿A que sí?” ¡Patapum! Al otro barrio). Combinada, por supuesto, con un caso clarísimo de inepcia policial.
Nuestros tiempos, tan ávidos de emociones fuertes, sufren lo que yo llamo una banalización de la estupidez. La gente piensa que todo es como internet: si te equivocas de página, le das al botón de retroceder y las cosas vuelven a estar como estaban. Lo irreparable no existe.
Es una tendencia del mercado: de Brüno a las gilipoyeces de Jackass. La vida es una broma estúpida que se graba con el móvil y luego se cuelga en youtube.
Y luego, claro, pasa lo que pasa.
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