Apatrullando Burgenland

Los actores de la serie Soko Donau preparados para cazar malhechores y otros pájaros de cuenta

17 de Agosto.- Cuando yo llegué a Austria, una de las cosas que más me sorprendió fue que Viena era una ciudad enormemente segura (vaya: sigue siendo). De una manera que, a una persona que creció en plena efervescencia de la era de la heroína (los tiempos del Vaquilla y el Torete) le parecía graciosa e, incluso, ligeramente ridícula.
En Viena, sigues pudiéndote dejar el coche abierto sin que pase nada y, salvo en lugares turísticos, uno no tiene mucho que temer de los carteristas. Por ejemplo, el otro día, volviendo del gimnasio, vi yo un Rolls Royce descapotable abierto, sin dueño a la vista, aparcado delante de un bar.
Esta situación sin embargo empeoró un poco (no mucho, aunque los aborígenes anden algo despavoridos) desde que, en 2007, si no recuerdo mal, se abrieron las fronteras a los países del este recién incorporados a la Unión. En aquellos entonces, los choris que surgían del frío, dispuestos a darle argumentos a la derecha populista (o sea, a la ultraderecha: llamémos a las cosas por su nombre) patentaron un método de trinque que se podría llamar “toma el dinero y corre”. Esto es: venían de países ignaros, cometían la fechoría y luego, aprovechándose de la libre circulación de personas y mercancías, se llamaban andana y venme a buscar con la INTERPOL pero trae la ropa de invierno.
Con la apertura fronteriza también aparecieron en Viena otros fenómenos que, hasta aquel momento, eran poco conocidos. Por ejemplo, la mendicidad.
Hasta entonces los pedigüeños vieneses eran aseados caballeros ligeramente borrachines, vestidos a la moda de los ochenta, que vendían el Augustin (La Farola vienesa) y cuyo éxito empresarial dependía de lo enrollados que fueran (y lo pesados) comiéndole la oreja a losaborígenes y a los turistas. Sin embargo, a partir de la apertura de las fronteras las zonas comerciales se llenaron de personas que, en la mejor tradición de Calcuta, sufrían alguna mutilación espeluznante, y que pedían por amor de Dios un óbolo con el que remediarse; aparecieron madres jóvenes con criaturas soñolientas que decían lo de “Bitte, bitte, alles Gute” con voz monótona; o avispados abuelos que vigilaban a sus nietos desde lejos mientras intentaban venderte un reloj afanado la víspera.
Sin embargo, una vez se estabilizó la cosa, Viena volvió a su estado inicial de seguridad edénica.
Donde las cosas no volvieron a ser como antes fue en las zonas fronterizas de Austria (Burgenland) en donde los delitos, debido sobre todo de la proverbial inocencia de las gentes y a lo apartado y solitario de algunas casas, subieron de manera brutal (hasta un 295% en algunos lugares según el Kurier). Los Burgenlandeses pidieron ayuda al gobierno central y este respondió con la creación de una unidad de policía especial, la SOKO Ost la cual, hasta el momento, no ha servido para disuadir a los manguis de que dejen de entrar en los hogares a llevarse hasta la dentadura postiza de la abuela.
Esta unidad, la SOKO Ost ha servido de polémica porque, como todos los parches (España NO tiene el monopolio de la chapuza, aunque nos esforcemos tanto en que lo parezca) se implementó deprisa y corriendo, con las consecuencias previsibles. La risa fue que, cuando se creó, y ante las críticas que sostenían que la SOKO Ost era un proyecto que nacía muerto por falta de personal, la autoridad competente anunció que las críticas le chupaban un pie, por la siguiente razón: los empleados de Correos (!) que se vieran afectados por los recortes en el organismo postal serían transformados ipsofactamente en policemans y policeguomansal objeto de reforzar el grupo de los que luchan contra los golfos apandadores.Hoy, el Partido Socialista de Burgenland clama (sospechamos que al objeto de ganarse las simpatías de la mayoría conservadora) por que se recluten 400 policías profesionales (nada de especialistas en procesar cartas certificadas) al objeto de atajar la inseguridad que crece por estas fechas veraniegas.
¿Lo conseguirán?


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