Aquí huele a muerto

La mujer de Mozart, Constanze, vivió hasta poder ser fotografiada. Es la anciana.(foto:BBC News)

19 de Agosto.- Sin duda, uno de los austriacos más famosos es, ha sido, y será, Wolfgang Amadeus Mozart. El Salzburgués, que vivió en diferentes lugares de Viena según su tren de vida se lo fue permitiendo fue, sin duda, un individuo dotadísimo para la música y uno de los primeros artistas en el sentido moderno del término –o sea: dejó de ser un empleado, como su contemporáneo Haydn para convertirse en un profesional autónomo que vivía de los encargos y que, incluso, componía para sí mismo-.
Desde que falleció en 1791, las causas de su muerte han sido objeto de las teorías más diversas. Nadie podía creer que uno de los grandes genios de la humanidad hubiera muerto a la edad de treinta y cinco años, justo cuando estaba componiendo la que sería una de sus obras más famosas, el Requiem, que terminó su alumno Süssmayr por encargo de su esposa. Incluso, para redondear, el dramaturgo inglés Peter Shaffer escribió una obra de teatro (Amadeus) de la que luego Milos Forman hizo una película muy entretenida –aunque rigurosamente antihistórica- en la que se decía que la causa de la muerte de Mozart había sido la venganza de un contemporáneo menos dotado: el compositor italiano Antonio Salieri. Los musicólogos salieron inmediatamente en defensa del Don Antonio, argumentando que, si bien no había alcanzado la fama de Wolfgang Amadeus, Salieri había sido un compositor muy estimable cuyas obras han seguido representándose hasta el día de hoy. El único defecto de Salieri fue que la revolución romántica se lo llevó por delante, como barrió todo el mundo del antiguo régimen.
Las dificultades aumentan porque, si bien Mozart era un compositor respetado por la crítica y el público (aunque, en vida, no tan famoso como otros de sus coetáneos, como Haydn) su estilo de vida no le garantizaba un flujo regular de fondos. La muerte le sorprendió algo corto de dinero en efectivo –aunque ni pobre ni hambriento, como dice la leyenda- y tuvo que ser enterrado en una fosa común porque su mujer, Constanza, que sobrevivió hasta bien entrado el siglo XIX, no pudo allegar a tiempo el dinero para pagar un entierro. En el cementerio de St. Marx –un bonito lugar de paseo, por cierto- se levanta un monumento en donde los turistas se fotografían. Señala el lugar en donde estuvo la fosa común en donde los restos de Mozart fueron depositados alguna vez. Basándose en retratos, se extrajo de esta fosa una calavera que pudo ser la del compositor Salzburgués pero no hay otros restos que permitan certificar si Mozart murió de esto o de aquello. Así que los científicos que se quieren sacar unas perrillas escribiendo artículos que explican definitivamente la causa de la muerte del genio (todo un género literario) tienen que basarse en aquellos testimonios de la época que quedan –muy poco fiables-; los últimos que han querido sacarse unos jEuros a base de este tipo de especulaciones han sido unos científicos de la Universidad de Amsterdam, capitaneados por un tal Doctor Zegers.
El Sr. Zegers, después de cavilar y de leer muchos legajos polvorientos, ha llegado a la conclusión de que Mozart murió debido a una faringitis estreptoccocica, que le causó complicaciones renales (glomerulonefritis) que le enviaron a componer cantatas para los coros angélicos (qué metáfora más cursi, por Dios).
¿La explicación de que de esta epidemia no haya quedado un rastro más reconocible? El Dr. Zegers indica que se debe a que se trató de una “epidemia menor” que pudo haber empezado en el hospital militar de la ciudad (¿Sería el Altes AKH, en donde en la actualidad tienen lugar los bonitos mercados navideños?). En fin: sea como fuere, el resultado es que la Humanidad se quedó sin Mozart como un iceberg hundió el Titanic en su viaje inaugural: qué hubiera sucedido si Mozart no hubiera pillado la faringitis es una fuente de teorías fascinantes. Otra más.

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