Una repentina presión sobre su flanco derecho le saca de sus meditaciones. Un hombre de aproximadamente ciento cincuenta kilos de peso ha depositado a su lado su oronda humanidad. El metro vuelve a ponerse en marcha y Paco vuelve, trabajosamente, a intentar componer un post para el día de hoy.
A los tres minutos, Paco nota una agitación en el hombre de al lado. Decide comprimirse un poco más para dejarle sitio.
-¿Por qué escribe usted en una lengua extranjera? –le espeta el otro.
Ante semejante muestra de versallesca amabilidad, Paco evalúa, en décimas de segundo, las posibilidades que tiene de salir por piernas si la cosa se pone fea. Muy reducidas. Así que decide sonreir y contestar:
-Soy español.
El gordo le mira fijamente, inexpresivo. Al cabo de diez segundos dice:
-¿Y le es más fácil escribir en su lengua materna que en alemán?
Paco vuelve a sonreir.
–Mis lectores son españoles –y, dispuesto a cortar la conversación, entierra la mirada en la blancura del cuaderno.
El gordo no se rinde:
-¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?
-Va para cuatro años.
-Ah –larga pausa. El tren llega a una estación- mi mujer también es extranjera. China. De Pekín.
Ante lo inevitable, entusiasmo. En vista de que el hombre parece decidido a explicarle su libro de familia, Paco vuelve a sonreir.
-¿Ah, sí? ¿Y cuánto tiempo lleva aquí?
-No está aquí. Está en Pekín.
-Ah ¿Y cómo se conocieron ustedes?
–Por Skype. En 2006.
Paco mira al hombre. Cuarenta años. Pinta de no tenerle mucho amor a las duchas. Perilla de ángel del infierno, patillones. Carnes. El hombre vuelve a abrir la boca muy serio. Melancólico:
-Era el único contacto verdadero de todo el Skype –Paco, que sigue prefiriendo los sistemas tradicionales de ligue y que, en todo caso, ignora el funcionamiento de cualquier modalidad de sexo cibernético, levanta las cejas sin saber bien qué decir. El gordo le ahorra la molestia: hay mucho fake.
-Claro, con internet es lo que pasa a veces.
-Estuve a visitarla en el año 2007.
-¿Y tiene su mujer fecha de llegada?
-Nos vamos a casar el 14 de febrero de 2010 en la alcaldía de Pekín, por lo civil. Y luego, no sé

El metro llega a Spittelau. El gordo reúne fuerzas para levantarse del asiento. Da por terminada la conversación y le vuelve la espalda a Paco, el cual, mentalmente, se encoge de hombros. El tipo va vestido con un pantalón de baloncesto que podría alojar un circo de tres pistas sin demasiados problemas. La camiseta negra, roñosa, está levantada por la espalda, mostrando una generosa riñonada. Al cuello, lleva un carnet de algún organismo público y, en la mano, un maletín pequeño con una pegatina de los ferrocarriles vieneses. Cuando las puertas se abren, se pierde entre la gente sin decir adiós.
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