Un modelo espontáneo posa para Viena Directo en algún punto después de la estación de Alser Strasse
5 de Septiembre.- Tengo que reconocer que me pierde fotografiar gente. Cuando voy por la calle, y a riesgo de que me partan un día los belfos, voy siempre con el dedo en el disparador. Ante esta manía mía, la gente tiene las más diversas reacciones: normalmente (gracias a Dios) miran para otro lado o pasan, con lo cual uno se queda con cierto complejo de paparazzo; otros, como un hombre negro que, accidentalmente, entró en el campo de mi cámara hace unas semanas, se tapan la cara; pero, lo que hasta hoy no me había pasado nunca es tener un modelo espontáneo.
Iba yo en el metro, a la altura de Alser Strasse y se sube un hombre con cara de apostol que, aparte de con sus barbas luengas y de con su ancianidad, carga con un par de bolsas tamaño familiar de unos conocidos grandes almacenes vieneses. Le ofrezco ocupar mi sitio pero, como aquí los viejos son muy dinámicos, rechaza la invitación. Tras el hombre, suben al metro una niña de unos diez años acompañada de su hermano, de unos siete. Se colocan frente a mí. Mientras el paisaje urbano desfila por las ventanillas y yo hago el tonto con la cámara (que es lo único que se puede hacer cuando uno no tiene nada que echarse al objetivo) el chavalín habla con su hermana que, según parece, intenta disuadirle de algo. Por fín, el chico, de un salto, se pone a mi lado. Con una sonrisa irresistible que deja ver unos dientes con cierto parecido a una trinchera de la primera guerra mundial me pregunta:
-Perdone, ¿Qué está usted fotografiando?
-Puff…yo…¿Que qué fotografío? Pues lo que interesa. Los edificios, la gente…
-¿Podría usted hacerme una foto?
-Naturalmente, claro. Espera un momento –ruleta de la cámara, miro por el visor.
El niño adopta su pose, yo le encuadro, y zás. Inmortalizado.Le enseño la foto en el lcd de la cámara y queda contento. Su hermana, que comprende ya que no se puede abordar a los fotógrafos desconocidos por la calle, le recupera tirándole de la manga. El viejo les mira de pie y ellos, sabiéndose autores de una travesura, se ríen un rato.
A los diez minutos.
-¿Me puede hacer otra foto?
-Claro que sí, cómo no.
Esta vez la pose es más elaborada, copiada sin duda de algún vídeo musical. Le vuelvo a enseñar la foto.
-¿Me la puede dar?
-Si tienes una dirección de e-mail te la puedo mandar ¿Tienes correo?
El chico se queda parado.
-¡Si tiene! –dice la hermana- bueno…No. Vámonos –coge al niño otra vez de la manga. El chaval se vuelve:
-¡Tschüs!
-Adios.
Mientras se alejan, me fijo en el crío, vestido como una copia exacta de sus hermanos mayores. Esas cazadoras de cuero artificial, esos pantalones vaqueros que se han puesto de moda este año, que se estrechan en las pantorrillas. De pronto, y sin ninguna razón aparente, me invade una cierta melancolía ¿Qué será del niño dentro de diez años? ¿Se acordará de las dos fotos? ¿Las encontrará algún día por casualidad? Con esa esperanza las dejo aquí colgadas.
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