El cantante gafe, la fama y el sueño: un cuento político


8 de Enero.- Es curioso cómo funciona el pensamiento y son curiosos los puentes que se tienden de una neurona a otra.

Hace unos días, me acordé de que, cuando trabajaba en la tele, una redactora me contó que cierto cantante español –hoy prácticamente retirado- era considerado por sus compañeros de profesión como un gafe peligroso. Ningún músico se atrevía a trabajar con él. Se contaban escalofriantes leyendas de focos que caían sin que mediara mano humana, cúbitos y fémures fracturados, heridas inciso-contusas aparentemente accidentales, hospitalizaciones con pronóstico reservado y un largo rosario de desgracias.

A pesar de esto, el cantante en cuestión gozaba de gran predicamento entre las damas pre y post climatéricas. Largas colas de señoras maduras se formaban a la puerta de los auditorios y de las plazas de toros, para escucharle cantar melodías sentimentales y, por qué no, un poquito tontorronas.

Creí reconocer la misma expresión arrobada en la cara de una chica con la que me encontré estos días pasados. Una austríaca, treintañera, rubicunda y plácida. Estudios universitarios, un trabajo que le garantiza un sueldo más que respetable.

Como nuestro conocimiento es muy superficial, la conversación no tardó en deslizarse por los tranquilizadores linderos del tópico. Y, en Austria, uno de los tópicos a propósito de los españoles es que somos una tierra que ha parido más héroes que ninguna (los conquistadores y todo eso). La chica, deseando halagarme, supongo, me preguntó por los héroes españoles. Me eché a reir:

-¡Uy, en España hace mucho que no tenemos ningún héroe!

Ella puso la cara que ponían las sesentonas arrobadas de las que hablaba más arriba y nombró al presidente del Gobierno, Sr. D. Jose Luis Rodríguez Zapatero.

Es curioso –dije yo- que el presidente español tiene mejor fama fuera de España que dentro.

Ella se echó las manos al pecho como para protegerse de la influencia maléfica de un sacrilegio:

-¡Pero cómo es esto! –me dijo- si Él es uno de los pocos socialdemócratas que nos quedan.

(“Madre mía, esta chica: como si los socialdemócratas fueran urogallos u okapis”, pensé yo). Pero como era bastante probable que mi interlocutora no supiera lo que era un urogallo, le contesté prudentemente:

-Ya: puede ser, pero en España hay cuatro millones de parados y eso erosiona la popularidad de cualquier político.

Ella, se quitó una mano del maternal seno e hizo ademán de espantar una mosca importuna:

-No hay que preocuparse: en España, que el paro sea tan alto, es tradicional…

-Ya: pero es que la gente tiene la sensación de que el presidente no sabe bien qué hacer para que eso deje de ser así.

Y ella:

Pero Él es el presidente ¿No? Tampoco tiene que ver nada con el paro.

Y yo:

Pero es que le pagan para que tenga que ver. Y, si no puede hacer nada, o no se le ocurre nada que hacer ¿Para qué es presidente?

Ella repuso, de manera algo incongruente, que Monsieur Sarkozy y Frau Merkel eran dos pájaros de cuenta (lo cual probablemente sea cierto) y me repitió lo de que el paro español era una cosa cíclica. Intenté devolverla a la tierra suavemente explicándole mi opinión, razonable, creo, de que el Presidente del Gobierno es un funcionario más y que le pagan porque haga bien su trabajo; el cual consiste, en último término, en garantizarle a sus administrados el mayor grado de bienestar posible. Asimismo, le relaté varias historias de amigos míos parados en la flor de su vida laboral y sin visos de encontrar nada, a ver si se convencía de que los tradicionales parados no eran tradicionales números abstractos, sino personas angustiadas por la tradicional recepción de facturas.

Ante mi cerrada defensa del sentido común contra el Amor que todo lo mueve pero que no alimenta, la chica desistió de su defensa de su político preferido, y tornó a atacar a su predecesor en el cargo que tampoco es que fuera como para entusiasmar a nadie, las cosas como son.

Al ver que la cosa tomaba un cariz futbolístico, dejé morir la conversación.

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