24 de Enero.- Cuentan que, para la famosa escena de la bota de La Quimera del Oro, Charles Chaplin se inspiró en un suceso real. Lo que los pioneros del salvaje oeste llamaban el mal de la cabaña. Debido a los largos meses de reclusión invernal, los mineros enloquecían y les daba por matarse los unos a los otros. Como, a pesar de lo bajo de las temperaturas, uno no desea estar expuesto a que eso le pase, se ha calzado los calzoncillos largos (que no invitan al amor fogoso, pero que abrigan un rato largo) y se ha lanzado a las colinas que rodean la ciudad a recorrer aquellos lugares en que fue felicísimo en verano: los viñedos en donde se cultiva la variedad local de uva que produce el famoso Grüner Veltliner.
Hacía mucho frío, pero durante la marcha no se notaba. En la imagen sobre estas lineas, las parras, desnudas después de la vendimia de final del verano, esperan la resurrección de la primavera (que a ver si llega pronto, leche, que está uno de nieve hasta las narices).
Qué, que el Paco es un exagerao y no es para tanto el frío, no? Pues aquí un carámbano como un puño de gordo. Precioso en foto, pero peligroso si te cae de un sexto piso (yo me salvé el otro día de puro milagro de perecer o quedar malherido de un carambanazo en la cabeza).
La nieve se deposita también en las ramitas de los árboles. Aquí unos de las cercanías de la antena de Bisamberg la cual, después de muchas décadas en activo (desde antes de la guerra mundial) y después de haber desempeñado un papel fundamental durante las últimas guerras yugoslavas, va a ser demolida la próxima semana. Por cierto, es la edificación más alta de Viena. Más que la Donauturm.
Cuando los colores están reducidos al blanco y a las variedades infinitas que puede ofrecer el pardo, mola cuando se ven más colores. Aunque sea en un anuncio. Este publicita las ricas verduras locales.
Nieve hasta donde la vista alcanza. Árboles congelados. Silencio. Frío. Cuervos que graznan de felicidad. Eso es el invierno en Viena.
Las bayas tampoco se salvan de la nieve, ofreciendo un bonito contraste de color. Estas bayas, por cierto, son un alimento insustituible para los pájaros que pasan el invierno en la capital y tienen muchísima vitamina C.
Estas puertecitas, como de una aldea de hobbits son las bodegas en las que ahora mismo, el mosto se está transformando lentamente en el vino que beberemos en la próxima primavera. Las colinas de alrededor de Viena son lo que queda del fondo de un antiguo mar prehistórico. La piedra es muy fácil de horadar y por eso resultan el lugar ideal para guardar las barricas de vino.
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