Lugner y su enfin, Anastasia Sokol, alias Katzi (gatita) durante la rueda de prensa en la que anunciaron que Lindsay Lohan venía al Opernball. Foto: www.elpais.com
11 de Febrero.- Para horror de su coordinadora –esta señora de nombre impronunciable – el vulgo cree que la atracción principal del Baile de la Ópera que se celebra esta noche son Richard Lugner, la pareja de Richard Lugner y la invitada de Richard Lugner.
Estos días atrás, sin embargo, ha saltado a la prensa otro escándalo relacionado con el otrora empresario y actual bufón de la corte (de Palfrader, nuestro amado Káiser).
Desde que se divorció de su señora, Christina, conocida en el siglo como Mausi (ratoncita), Richard Lugner ha compartido su lecho de jubilado sandunguero con varias chicas cada vez más rubias –en todos los sentidos- y cada vez más jóvenes (la última, podría ser la hermana pequeña de su hija).
Como Lugner, además, les saca partido comercial –esas chapucillas que hace para la pequeña telebasura austriaca-, y como las pupilas están todas cortadas por el mismo patrón, Lugner les pone a cada una un mote para que sean distinguibles. Desde Mausi, ha habido si no me falla la memoria, una bambi –que cayó en desgracia porque la prensa publicó que Lugner le pagaba una cantidad de miles de euros mensual-, una hasi -conejita- y ahora hay una Katzi, piedra de escándalo, porque la prensa basura ha descubierto que la pobre muchacha, antes de ser la cenicienta tocada por la mano de Lugner –qué grima– fue una de esas chicas faltas de recursos a las que los caballeros les reparten caricias de curso legal. Una de esas mujeres que, como la copla dice sabiamente, con lo que quieran llamarles –aunque sea Katzi- se tienen que conformar.
Y es que Katzi, la pobre gatita, aparecía, minifaldera, rubia, frescachona, en la web de un local de alterne.
Y ahí tenemos ya al millonario, concediendo entrevistas en las que dice otorgar mucha credibilidad a las virtuosas protestas de Katzi , la cual se sorbe los mocos y reprime unos sollozos presuntamente castos, mientras dice –todo esto es posible hacerlo a la vez- que ella fue al establecimiento que ha usado sus fotos nada más que para una fiesta, en compañía de un amigo de su familia. Que nada más que ha estado dos o tres veces en el establecimiento y que, en cuanto descubrió que era uno de esos lugares en los que los caballeros solitarios pagan por disfrutar de una compañía que tiene el taxímetro puesto, ella cogió sus cosas y se fue.
Lo curioso de todo esto es que, gracias a este asunto he descubierto un eufemismo precioso para decir burdel. Una palabra que remite a un universo poblado de cultísimas hetairas y de caballeros de frac. Se trata de Etablissement, pronunciado Etablismán. Sin duda es una palabra incorporada cuando Viena quería mirarse en el espejo de París. Una palabra perfectamente Belle Epoque, recorrida por hiedras y zarcillos modernistas, atravesada por la lengua viperina y geométrica de una de las salamandras que guardan las puertas del Sezesion. En España, a este tipo de locales los llamamos con un gracejo muy domestico puticlubs (o puticlús, más castizamente). Una palabra que, por cierto, les hace mucha gracia a los aborígenes cuando la aprenden.
Pero convendrán mis lectores en que España ganaría mucho en elegancia si las güiskerías pasasen a llamarse Etablismáns –uno siempre patrocina la ortografía que recomienda la academia-.
Y es que, señoras y señores, qué milagros hace el francés.
(El idioma, naturalmente).
PS: Por cierto, tengo unos amigos, cuyo nombre mantendré en el economato que, cuando encuentran ejemplares del periódico gratuito que ha aireado esta historia, los quitan del alcance de los niños. Con muy buen criterio, por cierto. Después de los titulares de estos días, yo voy a empezar a hacer lo mismo.
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