El lobo feroz

Una cosa así

22 de Abril.- A mi juicio, existe un daño colateral en el asunto de envejecer: los niños están vacunados contra lo terrible pero, cuando uno va creciendo, se pasan los efectos.

Hay un dicho, que a mi madre no se le caía de la boca cuando, de adolescentes, bebíamos un poco más de la cuenta: “Dios pone su mano para que a los niños y a los borrachos no les pase nada”. Yo creo que este refrán quiere decir sobre todo que a los niños, como a los que han empinado el codo, les protege su propia ignorancia del peligro. No concebir que algo pueda pasar es uno de los remedios más seguros para que no pase.

En cambio, cuando uno se va haciendo mayor, el peligro está siempre presente. De hecho, uno de los desafíos de envejecer con cierta dignidad es el de no apocarse frente a la constante amenaza que es la vida, el forzarse a creer (falsamente) que el peligro no es más fuerte que nosotros.

Mi abuela, por ejemplo, no lo consiguió nunca. Los últimos años de su vida fueron un constante temor a que nos pasara algo. Todavía recordamos mi hermano y yo algunos diálogos que sostuvimos con ella que, de puro cariñosos, rozaban el surrealismo.

Siempre que íbamos al cine, por ejemplo, nos decía:

-Tener cuidao y poneros cerca de la puerta.

-¿Y eso?

Ella se indignaba:

-¡Cuando íbamos a la iglesia, mi madre y yo siempre nos poníamos cerca de la puerta!

-Joé, abuela: pero qué te podía pasar en una iglesia.

Y ella, dos tonos más bajo:

-Hijo mío, cualquiera sabe lo que se puede ofrecer.

Pensaba yo en esto ayer.

Eran nueve de la mañana y, como siempre, me subí al metro en mi estación habitual. Detrás de mí entró un tipo con una pinta extraña. No mala, pero sí extraña. Como de malo de serie de Chuck Norris o de Lorenzo Lamas. Una especie de híbrido entre cantante country y angel del infierno.

El tipo no me hubiera llamado la atención (allá cada uno con sus pintas) si no hubiera ido hablando bajo en un tono de voz bastante peculiar. Grave, gutural. Como en mi estación aún el tren lleva mucha gente, yo me las arreglé para leer de pie y, por un rato, se me olvidó la presencia de este hombre. Pero hete aquí que, al llegar a Karsplatz (ya lo saben mis lectores) el tren se vació y me senté. Con tan mala fortuna que el tipo se sentó a mi lado. Mientras iba mirando por la ventanilla el tío continuaba con su discurso interior, en aquel tono de voz monótono y grave. Mientras hablaba solo, jugaba con un cigarrillo y un mechero. Todo de la manera más inquietante. Después de cinco minutos, se subió al vagón una clase de colegiales, acompañados de su profesor. Los chavales tendrían catorce o quince años.

Dos de las chicas se sentaron frente a mí y al desconocido, en dirección contraria a la marcha del tren. Las chicas, algo pavas, por cierto, como corresponde a la edad que tenían, iban haciéndose bromas cuando, de pronto, el tipo a mi lado, empezó a decirles obscenidades. Yo me puse muy nervioso y no levanté la vista del libro más que para comprobar como una de las chicas empezaba a reirse nerviosamente y se levantaba. La otra le aconsejaba que se quedase, pero la que huyó le dijo: “Es que tengo miedo”. No lo iba a tener ella, si hasta lo tenía yo.

La muchacha se fue al profesor:

-Profe, que el tío ese nos está molesando.

A mi espalda contestó el profesor:

-¿Quién, el del libro? –por mí. “No te jiba, pensé yo; va a resultar que ahora tengo pinta de acosador de niñas”.


-No,no. El otro.


Cuando el fulano se dio cuenta de que las niñas no iban solas (estos bichos son cobardes) se levantó como una flecha de su asiento y se bajó del tren en la estación siguiente.


Yo, al pensar que mi sobrina, algún día, cual caperucita, podría toparse con un lobo feroz parecido, me pasé todo el día con el estómago revuelto. Cobardica que es uno. Qué le vamos a hacer.

Publicado

en

por

Etiquetas:

Comentarios

2 respuestas a «El lobo feroz»

  1. Avatar de GM

    Hay cada especimen. Ayer me monte en el autobus camino de mi mercadillo se me sento una señora que tu saves que soy poquita cosa ocupaba mi asiento que yo me pegaba al cristal diciendo que bochorno iva abrigada asique normal, derrepente empieza hablar sola sobre las pastillas que se tenia que tomar que si me ha dicho, que yo decia esta tia esta mal de la cabeza asique estaba deseando de llegar, al llegar le pregunte si se bajaba con temor de la contestación,me contesto pues si claro no hera si no para que me dejara bajarme, si pero espera que pare me contesto asi de esa manera asique cuando me baje respire alibiada sobretodo porque estaba aplastada.Besitos.

  2. Avatar de Anonymous
    Anonymous

    Sí, qué horror. Esto me recuerda lo que comentábamos el otro día de lo siniestro del “caso Seseña”. Como decían en la novela de El dios de las pequeñas cosas: “A cualquiera le puede pasar cualquier cosa en cualquier momento”.
    Abrazos. L.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.