Un pajarito ladrón

Un colibrí (foto:www.hormiga.org)

21 de Abril.- Querida Ainara: es curioso observar, por los relatos de los otros, cómo tu mente de niña está reproduciendo los primeros pasos de la humanidad. Esta semana pasada has abierto los ojos, por primera vez, a lo inexplicable. Has descubierto la perplejidad.

La cosa fue así: estabas en un parque, cerca de donde vive tu bisabuela, y te habían comprado una golosina en una tienda cercana. La golosina estaba dura, muy dura, y tú luchabas infructuosamente por con ella. Hasta que tu abuela, temiendo que te rompieses algún diente y muy en contra de tu voluntad, decidió poner fin a la tortura.

¡Mira! Te dijo y, aprovechando que estabas distraida, te quitó la golosina de las manos y se la zampó en un visto y no visto.

Tu sorpresa fue mayúscula al darte cuenta, de pronto, de que te habían quitado la golosina. Miraste y te encogiste de hombros para preguntar qué había pasado.

-La golosina ya no está –“hasta ahí llego”, debiste de pensar tú- ¡Se la ha llevado un pájaro!

Tú abriste los brazos según te han enseñado en la guardería (igual que una pequeña indígena) y los agitaste. En esta etapa mixta, aún prelingüística, ese gesto significa pájaro.

Tu abuela aparentó resignación:

-Sí, hija. Un pájaro.

No hay noticia de que llorases, pero la inexplicable desaparición de la golosina te dejó obviamente impresionada. Ahora, cada vez que ves un pájaro rememoras el incidente, y es obvia tu intención de encontrarle una explicación. Los pájaros han quedado asociados en tu mente con el robo de golosinas a las pobres niñas. Tu abuela y tu madre se mueren de risa cuando me lo cuentan, porque para ellas es obvio que la historia del pájaro es una trola. Pero hay que tener mucho cuidado con lo que se dice a los niños, porque para los niños no hay mentira, y lo imaginario sucede con una (a veces) escalofriante realidad.

Como tú ahora, los primeros hombres, acosados por la oscuridad, por la muerte, por los fenómenos naturales que no podían controlar y, al mismo tiempo, intuyendo que la vida es algo más que lo sensible, que hay una energía que nos comunica en horizontal (entre nosotros y con todas las criaturas) y en vertical (con otras realidades más complejas) empezaron a intentar parlamentar con las fuerzas superiores. Naturalmente, y viendo que estas fuerzas sólo raramente actuaban en su favor, pensaron que eran de natural mafioso (o sea “si no estás conmigo, estás contra mí”). Así que se dijeron “mejor tener a los dioses de nuestro lado” (en tu caso: mejor llevarse bien con los pájaros para que no me quiten las golosinas).

Nació entonces un concepto de la religión que muchos creyentes de muchas religiones siguen viviendo hoy en su realidad diaria. El de Dios como juez (de hecho, en una de las oraciones de la liturgia católica se dice de Jesús que “volverá para juzgar sobre vivos y muertos”, no te digo más). Una especie de policía cósmica que castiga a los que se apartan de la norma fijada.

Seguramente, los primeros hombres pensaron que era mejor darle al padrino golosinas de manera espontánea para así poder disfrutar de lo que quedase con un poco de calma. Nacieron entonces los sacrificios (a veces, humanos) y probablemente, también nació en ese momento la necesidad de sistematizar el código de la circulación para que los conductores cósmicos no incurriesen en infracciones que cabreasen al creador. Y ahí fue la mundial, claro. Porque fue inevitable que los códigos chocasen y de ahí a matarse por el concepto de Dios (algo, por otra parte muy ajeno a Dios mismo) y por las maneras de tenerle contento hay un paso.

Yo, Ainara, no sé cómo es Dios. Pero si es algo, Ainara, es todo lo contrario de un policía.

(Hay que ver a dónde hemos llegado montados en tu pájaro).

Besos y cuídate.

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