Hubo un momento en el que el pobre de Juan Gea (izda. durante una representación de El Mercader de Venecia) no podía ir ni al Carrefour
29 de Abril.- La culpa la tuvieron mis lederhosen. Resulta que estaba yo en casa de un aborigen conocido mío, cuando hice referencia a los bonitos pantalones de cuero que me había comprado. El conocido puso la misma cara de perplejidad que si yo hubiera sido inglés y me hubiera comprado un traje de lagarterana, y yo me sentí en la necesidad de, orgulloso, enseñarle mis fotos con el folclórico atuendo. Nos conectamos a internet y, di que estabamos en ello, cuando él vio en mi blog una foto en particular.
-¿Y este, quién es?
Y yo, todo orgulloso:
–Es Joseph Hader –y le conté la historia que está relatada en el post “Glamour en Munich”. La de la tienda Manufactum y la estupenda espátula para amasar chapatas, ya saben mis lectores.
-¡Qué cosas,pero si es amigo mío! –repuso el conocido. Y a mí se me subió el pavo al pensar que como un japonés, como un paleto, como las marujas que acosan a Lolita por la calle, yo le había hecho una foto descaradamente a mi cómico austriaco favorito. Cuando me repuse del ridi, contesté:
–Qué me estás contando.
Otro aborigen presente, añadió:
-Es que Paco tiene todas sus películas, es un gran fan de Hader.
Y el primer aborigen dijo:
-Ah, pues la próxima vez que le vea, se lo diré.
Quedó así la cosa.
Hasta que ayer, a eso de las once de la mañana me suena el móvil.
-¿Bernal?
-Paco, que Hader te manda saludos.
-¡No puede ser!
-Sí, sí. X. Le vio el otro día y le contó lo de Munich.
Y yo con un apuro tremendo:
-¿Y no se enfadó?
-No, no. Buscaron tu blog y encontraron la foto.
-Por Dios. Qué vergüenza.
-Le hizo ilusión tener un admirador español y dijo que la próxima vez, en vez de hacerle una foto, te acerques, le saludes, y le digas que conoces a X.
-Lo haré, lo haré. Qué guay, muchas gracias.
(Por cierto, aunque es poco probable que Herr Hader pase otra vez por Viena Directo –y menos aún que lea este texto- me gustaría dejarle aquí mis saludos más cordiales).
La verdad es que todo este asunto tiene para mí algo de vergonzoso, porque yo, con las personas populares, suelo ser muy comedido.
Esto me viene porque, en Madrid, traté personalmente a un par (cuando trabajé en la tele, cuando hice teatro) y me hago cargo de que debe de ser un coñazo que no te dejen ir tranquilo por la calle.
Recuerdo especialmente el caso de un amigo, gran actor de teatro él, por cierto, al que un día ficharon para una serie. El hombre, acostumbrado al confortable anonimato de los escenarios, intentó seguir haciendo su vida normal hasta que se dio cuenta que era imposible.
Su mujer me contaba que un día, en el Carrefour, al ir a comprar algo tan prosaico como dos kilos de tomates, la cajera, al reconocer su voz (mi amigo tiene una voz cálida, muy agradable, una voz educada de actor de carácter) la cajera, digo, se quedó patidifusa, levantó la vista de la cinta de goma negra y empezó a decir con voz entrecortada:
-¡Dios del Sinaí, Santa Rita de Casia, Virgencita del abrigo de pana…Eres…Eres tú, eres tú!-bueno, en fin, no es seguro que dijera esto, pero mis lectores se harán a la idea de que este era el sentido general.
En fin: los riesgos de la fama.
Deja una respuesta