Trenes rigurosamente vigilados

De madrugada (foto:www.standard.at a través de MAK)
20 de Mayo.- (siempre soñé con escribir un post con este título). En fin: allá vamos: creo que fue Billy Wilder quien dijo que la música militar era a la música lo mismo que la justicia militar a la justicia. Parafraseándole, podría decirse que con el arte dictatorial pasa algo parecido.
 
El arte producido bajo las dictaduras y patrocinado por el Estado suele ser malísimo porque renuncia a la expresión libre en favor de la propaganda. Y la propaganda, aceptémoslo, suele ser un coñazo insufrible.
 
No hay más que ver los graníticos  retratos en los que Hitler sale con una cara inequívoca de no haber tenido su momento All Bran, los poemas aduladores al más famoso de los Fideles, o las almibaradas representaciones de Stalin o de los líderes chinos guiando a multitudes que tienen cara de estarse preguntando a qué huelen las nubes, para darse cuenta de que los dictadores no patrocinan formas artísticas, sino publirreportajes.
 
Por otra parte, calificar estas formas de publicidad de arte puede ser un poco problemático pero también es cierto que la noción del objeto artístico se ha ensanchado tanto en el último siglo que el veredicto ha terminado por depositado en el observador. ¿A usted le parece que este blog es arte? Entonces lo es. Este vendría a ser el paradigma.
 
El director del Museo Vienés de las Artes Aplicadas (MAK) ha debido de tener todos estos conceptos en la cabeza cuando ha decidido organizar una exposición sobre el “arte” Norcoreano.
 
(Breve apunte contextualizador: Corea del Norte es la hermana pobre –y comunista- de la capitalista Corea del Sur; es una dictadura ferreamente controlada por un King Jong II. Corea entró a formar parte del imaginario occidental cuando George Bush Jr., en su paranoia, la hizo formar parte del llamado Eje del Mal. A partir de ahí, Corea del Norte y su dictador no han hecho nada por librarse del sambenito, experimentos nucleares incluidos).
 
El escándalo ha sido mayúsculo y lleva rodando por los medios aborígenes desde que se supo que la idea existía. El Gobierno norcoreano, por otra parte, recelosísimo de prestar sus obras para una exposición en el perverso territorio capitalista (para ellos algo así como si el arte hobbit se expusiera en el Metropolitan Museum de Mordor) ha exigido un seguro astronómico –sobre todo habida cuenta del valor de las pinturas- de seis millones de jEur. El MAK ha tenido serias dificultades para obtener el dinero, y el director de la institución ha tenido que pelear como gato panza arriba para arañar esta cifra mareante de las arcas de un Estado que no está para muchas alegrías.
 
De la prensa más zarrapastrosa y de los partidos que pescan votos en los estratos más ágrafos de la población han llovido las críticas. Se acusa al MAK de hacer propaganda del régimen comunista. El director del Museo se defiende acogiéndose a aquello de que el arte no tiene fronteras (un argumento, si bien se mira, muy Lauren Postigo). Aunque yo creo que mejor haría en invocar la inteligencia de los visitantes de su museo, que obviamente no podrán sacar las obras de contexto y olvidarse de que han sido producidas bajo la férula de un régimen autoritario y cruel.
 
¿Y los cuadros? Pues como cabe esperar, las obras son cursis, facilonas y con cierta tendencia a la grandilocuencia que se manifiesta sobre todo en su gran formato. Recuerdan a la pintura austriaca decimonónica por su insistencia en las muchachas en flor (vestidas a la Mao Ze Dong), los guerreros comunistas y esos niños que el emperador Augusto llamaba “pequeñas criaturas viriles”. Retratos idealizados de, como decía Greta Garbo en Ninotchka, “minúsculos dientes de la rueda de la evolución”.
 
Arte fascista, en suma.

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