Life Ball 2010

Una bella asistente al Life Ball que se celebró ayer en Viena
18 de Julio.- Se veía venir: al ser el leit motiv del sarao la madre tierra, los demás elementos no quisieron colaborar y ayer por la tarde cayó sobre Viena una tormenta de las de echarle hilo a la cometa.

Se celebraba, como ya se suponen mis lectores, el ya tradicional Life Ball o Baile por la Vida, preludio de la decimoctava conferencia sobre el SIDA que ha empezado hoy en la capital del Danubio y a la que, nos tememos mucho, han acudido resacosos y con la ojera puesta muchos de los doctos asistentes.

Ayer, por primera vez, estuve en la Plaza del Ayuntamiento con la cámara, cubriendo el evento para Viena Directo. Bueno, en realidad, debería decir que estuve allí donde me dejaron porque, a fin de que las entradas cobren valor en estos pérfidos tiempos de crisis y a fin de que el pobre vulgo no pudiera llevarse ni siquiera un cachito de glamour de gratis, los organizadores acotaron todo el recinto de la plaza del ayuntamiento vienés y las fotos que se podían hacer eran solamente desde un pedacito de alfombra roja que dejaron sin cerrar –más que nada porque era físicamente imposible- y desde los cuatro puntos de entrada al mamotreto-falla que coronaba el vetusto edificio neogótico con un gigantesco lazo rojo, símbolo de lo que se pretendía con el acontecimiento. O sea, y por si alguien no lo sabe, allegar fondos para la investigación y la lucha contra el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida Humana (esto es, el SIDA).

Como ya sabrán mis lectores del año pasado (pero, por si acaso, yo les refresco la memoria) entrar al baile vale una gónada y parte de la otra, estando las entradas divididas en dos grupos. Las de setenta y cinco eurazos que dan derecho a pase sólo si uno va disfrazado con algún motivo alusivo al leit motiv de la celebración y las de ciento cincuenta si uno va en smoking (ellos) o traje de noche (ellas). Naturalmente, los precios filtran y así, los pobres, el vulgo raquídeo como si dijéramos, va normalmente haciendo el mamarrach…Quiero decir, disfrazado. Y las gentes de calidad, con la nariz levantada como si estuvieran oliendo boñiga de vaca pero con las carnes enfundadas en carísimas prendas de diseño.

Aún así, en las colas de entrada reinaba una considerable promiscuidad (sólo aparente). Los pobres vestidos de cosas ignaras chachareaban entre sí ruidosamente y los ricos, chachareando entre sí un poco más bajito a propósito de sus chaneles y sus cosas, les observaban de reojillo pero convenientemente separados.

Por lo demás, mucha drag queen, mucho adolescente dudoso de su sexualidad que había empleado la primera paga en comprarse un tanga y en un bote de a kilo de maquillaje corporal, mucho cuero, mucha carne, y mucho famoso de esos que un día fueron algo pero que hoy se ganan la vida prestando algo de lustre a eventos como este: Whopie Goldberg, Bill Clinton, la princesa Mari Mete (digo, Mette Marit) y otros caretillos de postín.

A las diez, en medio del espectáculo concebido para ser televisado, se desató la cólera celeste y llovieron del cielo cataratas que deslucieron un tanto la ocasión. Pero seguro que Gary Kezsler ya está preparando la próxima. Amén.

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