23 de Noviembre.- Una de las cosas que más gracia les hace a mis alumnos es la manía que tenemos los españoles de traducirlo todo y de españolizar lo que no es españolizable (a medias fruto de muchos años de pertinaz alergia al aprendizaje de idiomas y a medias fruto de muchos años de franquismo cutre y lamentable).
Por ejemplo, aquí, en Austria, nadie que se respete dirá que su restaurante favorito ha salido en la guía Michelín, sino que, si quiere hacer propaganda entre sus amistades del sitio en donde hacen un bogavante de infarto, dirá que aparece en la prestigiosa guía “Mishlán”. Por supuesto, después de la opípara cena a base de marisquete tampoco se lavará los piños como los habitantes de Valladolid, con Colgate, sino que se cepillará incisivos, molares y premolares utilizando la blanca crema “Colguéit”. En los periódicos, el hijo de Lady Di (Leidi Dai, por cierto) aparecerá como William, su abuela como la reina Elisabeth y el orejudo pariente que hay entre los dos será nombrado como el príncipe Charles para que todo el mundo sepa a qué atenerse.
Asimismo los vecinos de esa ciudad en la que todo el mundo se pone a dar sorbitos a su tacita de té a las cinco de la tarde, vivirán para un austriaco en el megamunicipio de London (o Lond´n, como suena en su idioma) y el corresponsal que informe sobre los burocráticos trajines del parlamento europeo le indicará a los telespectadores que habla desde la estupefaciente ciudad de Strasbourg.
Si se aplicase la regla anterior al castellano, el resultado sería que todos hablaríamos como si fuéramos hijos de Julio Iglesias o de Isabel Preysler y cualquiera se reiría de nosotros. Porque los españoles somos unas personas que con los idiomas foráneos tenemos una relación entre orgullosa y timorata.
La regla general en el idioma en que yo escribo y tú me lees es la de utilizar el topónimo castellano o su equivalente españolizado si es que existe y es de uso común; se utiliza sólo el topónimo en la lengua vernácula sólo si no existe un equivalente en nuestro idioma (ya sabe el lector: para evitar en lo posible que todos terminemos hablando como si fuéramos candidatos a ganar un gramy al mejor artista latino).
Sin embargo, desde que el dictador palmó y todos vivimos felizmente en democracia, se ha extendido un uso que resulta complicado explicarle a mis alumnos. Y del que es un ejemplo el titular que ilustra estas líneas (de El Mundo de ayer).
Un uso que se impondrá probablemente (vamos, que ya se ha impuesto) pero que es igual de incorrecto que decir que “Estas navidades me voy a London de rebajas” (por cierto, produce urticaria pensar el acento con el que un celtíbero llamará a la lluviosa urbe a orillas del Támesis -otra traducción, por cierto-).
Por supuesto, dado el ambiente de susceptibilidad lingüística (por llamarlo de alguna manera) en el que se debaten amplias zonas del país en que nací, realizar este simple comentario estilístico implica que te miren raro o que te digan que por qué no te pones a escribir en el carcomido ABC o en el neofascista portal de internet en el que viven afincados todos los que se dicen liberales. Sin embargo, no hay tal sino la pura y tradicionalmente estéril preocupación por el sentido común.
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