Cementerio alemán de la II Guerra Mundial (Archivo VD)
10 de Diciembre.- Soy un gran consumidor de documentales. Así que, aprovechando que Saturn tiene en oferta varios de la colección Falter, ayer me compré tres. Hoy hablaré de uno de ellos.
Se trata de Haffner SS Paradise y, si bien es un film escalofriante, para mí tiene una connotación especialmente terrorífica porque se desarrolla en gran parte contra un telón de fondo que conozco muy bien.
Cuenta la historia de Herr Haffner, un ex SS octogenario que vive en Madrid. Concretamente a pocos pasos de la parada de metro de Concha Espina. Durante unos meses, los realizadores del documental (una coproducción hispano-austriaca, por cierto) siguieron a este abuelo siniestro a través de sus andanzas por la villa y corte, con un breve paréntesis marbellí.
Si uno prescinde de la obvia parcialidad del film (los autores, como es normal, adoptan una postura clarísima y sin piedad hacia el nazi) uno no puede dejar de sorprenderse de que la maldad exista así, en ese estado tan puro. Haffner SS Paradise es una película que abre muchísimas preguntas ¿Qué es la salud mental? ¿Por qué la maldad no es consciente de sí misma? Porque está claro que Haffner, el protagonista del film está loco. Está obviamente perturbado. Aunque él piense que es el mejor de los hombres y se compare con personajes bíblicos. Y sin embargo ha llegado a los ochenta y cinco (en 2007) gozando del respeto de una buena cantidad de personas y de una inmunidad que no se puede calificar sino como el producto de una confabulación diabólica de las circunstancias.
Uno es incapaz de sentir lástima por este hombre de una insultante frialdad, que es capaz de dormirse viendo una película con imágenes reales del campo de concentración de Dachau, en donde estuvo poco antes de su liberación por el ejército americano; que cuenta con el desparpajo que sólo da la vejez una vida sexual que empezó a los cinco años cuando un capataz de la granja de sus padres, en Tirol del Sur, se masturbó delante de él. Un hombre que es capaz de afirmar que nunca tuvo un contacto estrecho con sus hermanas por el temor a enamorarse de alguna de ellas y engendrar un hijo incestuoso (aberración que hubiera considerado una mancha para él sino un perjuicio enorme para la hermana a la que le hubiera tocado). Un hombre que acude a actos de Fuerza Nueva (para mis lectores de fuera de España, Fuerza nueva es el resto que queda del Partido Único del franquismo) y es aclamado en conferencias negacionistas del holocausto; que es enfrentado a un superviviente de Dachau y lo único que se le ocurre decirle es que se conserva muy bien para haber pasado por un campo de exterminio.
Haffner es hombre duro que vive en una enorme soledad, sólo aliviada por la ligera compasión de los nostálgicos, pero por el que no se puede sentir la compasión protectora que se siente por los ancianos. Es más, resulta enormemente duro, casi obsceno, verle pasearse por una residencia de ancianos llena de enfermos y verle tan pimpante. Haffner SS Paradise no deja ningún tipo de resquicio a que uno piense que el mundo está en equilibrio porque Haffner es un personaje absolutamente insalvable, impresentable, duro, sucio, turbio. Lo único que representa un ligerísimo consuelo es pensar que vive en una cárcel sin muros: la de la soledad que supone que ni siquiera sus correligionarios quieran recibir a ese atildado anciano que come salchichas y sauerkraut y mira de reojo, con aire libidinoso, el culo de la camarera a la que acaba de piropear.
Hay animales con apariencia humana o tal vez sean demonios que Dios permite que existan para que los humanos desarrollemos la conciencia hacia el bien después de conocer las aberraciones que han cometido.Un abrazo.
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