18 de Enero.- Nuestra historia de hoy empieza en el cine. En una de las películas de La Jungla de Cristal (Die Hard), el personaje de Bruce Willis, hablando de un tipo que ha estado a punto de matarle, dice algo parecido a esto:
-El cabrón ese me apuntó con una Glock 7 ¿Sabes lo que es? Es una pistola de porcelana fabricada en Alemania. Por eso no la pueden detectar en los controles de los aeropuertos y cuesta más de lo que tú ganas en un mes.
Lo que Bruce Willis, transfigurado en John McLane, su personaje, no sabía es que es difícil acumular más errores de bulto en una sola frase. En realidad, nunca ha existido una Glock 7 –el modelo más exitoso de este arma llevó el número 17-; por supuesto, la pistola no está hecha de cerámica sino que, parte de sus componentes, están fabricados de plástico y, por supuesto, los controles de rayos X de los aeropuertos pueden detectar las pequeñas, versátiles y manejables Glock porque muchas de sus piezas están fabricadas de metal. Por último, las pistolas Glock o GLOCK no están fabricadas en Alemania, sino que son una de las exportaciones más rentables de la economía austriaca (la fábrica está situada, en concreto, en la localidad de Deutsch-Wagram en Baja Austria).
En un mercado como el de las armas, las pistolas desarrolladas en los ochenta por el ingeniero austriaco Gaston Glock se han convertido en un commoditie y amenazan con convertirse en un sinónimo del artículo del que son marca, como las aspirinas lo son de los analgésicos o los clínex de los pañuelos de papel. O sea, que las armas del antiguo experto en plásticos y hoy uno de los jubilados más ricos de Austria (en 2008 estaba en el pelotón de cabeza de los 100 austriacos más forrados) se han convertido en un peligroso éxito.
El mismo Glock, a pesar de su absoluta discreción –solo rota por un intento de asesinato en 1999 impulsado al parecer por un socio despechado que atendía al curioso mote de “Panamá-Charlie” y cuyo verdadero nombre era Charles Ewert- se ha convertido en pararayos sobre el que han caido todo tipo de amores de dudoso gusto y odios cada vez más enconados. Para defenderse de ambos, Herr Glock ha acudido varias veces a los tribunales. En concreto, para interponer demandas de protección a su honor por el uso que varios raperos –esos pesados insoportables- han hecho del nombre Glock para referirse a las armas con las que dirimen sus conflictos tan violentos como infantiles. En cuanto a los odios, Herr Glock se cuenta entre las personas non gratas para Amnistía Internacional que denunció la presencia de armas fabricadas por su empresa en el conflicto de Darfur.
Las pistolas –y el nombre- Glock han saltado a los medios porque con ellas se han cometido varias de las últimas masacres que han encogido el corazón de los americanos. La última, la que ha estado a punto de costarle la vida a una congresista americana. La pistola Glock une a su inteligente diseño, un precio muy atractivo y una ventaja sobre sus competidoras (por ejemplo, los revólveres de Smith and Wesson que llevaba la prostituta de la canción “Pedro Navaja”) en su cargador caben hasta diez balas, frente a la escasa media docena de los revólveres.
De hecho, los Estados Unidos de Norteamérica representan la parte del león del negocio de Glock y es muy dudoso que, sin la permisiva legislación americana, Herr Glock pudiera mantener la cuadra de caballos de pura sangre que es uno de los tranquilos pasatiempos que alegran su ancianidad. En los foros de internet en donde personajes de toda laya comentan las ventajas de sus peligrosos juguetes, incluso se ha sustituido el tradicional lema que campea en los dólares (In God we trust) por el muchísimo más elocuente “In Glock we trust”.
Glups. Digo, Glock.
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