16 de Marzo.- Querida Ainara: el mundo anda con el ánimo sombrío debido a los horribles sucesos de Japón. Un terremoto, un tsunami y, para colmo de males, una tragedia nuclear. Este risueño marco se presta para todo tipo de reflexiones. Hay gente que piensa que el accidente de Fukushima es el principio del finde (los tiempos) pero yo, Ainara, dentro de que creo que el ser humano siempre se las arregla para cagarla –con perdón- soy moderadamente optimista. Habremos avanzado mucho si el hatajo de patanes que nos gobiernan sacan alguna experiencia de la pobre nación japonesa y se ponen a trabajar para convertir este mundo en un lugar un poco más seguro.
El trago de ver las imágenes no nos lo va a quitar nadie, sin embargo. Pensando en ello, en el sufrimiento que nos toca (y eso que nosotros no tenemos a nadie en el epicentro de la tragedia) se me ha ocurrido que quizá sería bueno explicarte lo que he aprendido sobre el desagradable negocio de tratar con los dolores morales.
Sufrir, Ainara, es algo inherente a nuestro paso por el mundo. Es inevitable pasarlo mal y pensar que la vida es como el terremoto que ha asolado Japón: cuando parecía que habíamos llegado al fondo, ya está preparada la siguiente prueba. Sin embargo, también es verdad que, si bien no se pueden evitar, sí que se pueden amortiguar las consecuencias del sufrimiento. Reducirlo al mínimo (que ya es bastante) imprescindible.
Lo que yo he aprendido por experiencia propia y observación ajena es que los dolores morales, si se observan fríamente, son ante todo picos de estrés.
El ser humano golpeado por una circunstancia se tensa, trata de luchar contra el dolor y, al hacerlo, lo único que hace es empeorarlo. El impulso inicial es tratar de volver las circunstancias que a uno le rodean al estadio anterior a la aparición del dolor. Si tu novia te deja, intentas que vuelva contigo; si te diagnostican una enfermedad, tratas de pensar que el médico se ha equivocado.
Sin embargo, Ainara, lo mejor es tratar de adecuarse a la nueva situación lo antes posible. Tratar de incorporar a tu vida lo que ha pasado. En alemán, se dice “hacerse amigo de la idea” y, a mi juicio, esta expresión describe muy exactamente lo que yo quiero decir.
Por otra parte, el dolor, pasado el estallido inicial (la quemazón en el estómago, el insomnio, el malestar físico) engendra el miedo. El ser humano, Ainara, también es un animal al fin y al cabo, y lo que más teme un animal herido es que el estímulo que le ha provocado sufrimiento, se repita.
Nuestra máquina de producir miedo la tenemos todos dentro de la cabeza. En la cuenca de nuestro cráneo tenemos un artefacto productor de imágenes y pensamientos que nos enseña lo que creemos que será nuestro futuro.
Este mecanismo de anticipación es nuestro peor enemigo, Ainara, y contra él hay que luchar con uñas y dientes. Produce cadenas de pensamientos nocivos que hay que romper. Te pondré un ejemplo: mientras veía las imágenes de la tragedia japonesa, subrepticiamente, mi máquina de producir miedo empezó a pensar qué pasaría si en España, Dios no lo quiera, sucediese un accidente semejante. Mi productora particular de películas de terror empezó a proyectar imágenes en mi cabeza en las que me veía solo, impotente para ayudaros. El nivel de congoja empezó a subir y, antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba yo (sólo en mi cabeza, claro) en medio de una pesadilla en la que las nubes eran verdes, la lluvia ácida, y la civilización había quedado hecha un amasijo de hierros churruscados por un hongo atómico.
Antes de que esto suceda, Ainara, hay que parar la cadena de los pensamientos. A veces, basta con medidas muy sencillas, como contar hasta diez. El cerebro, en el fondo, es tonto. De eso hay que aprovecharse.
Besos de tu tío.
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