1 de Mayo.- Las secuelas del tratamiento que describíamos en la entrada anterior, dejaron al pobre Mozart hecho unos zorros por el resto de su vida. Hasta que murió, Mozart sufrió de fiebres reumáticas que le complicaron la existencia de manera considerable. Sin embargo, los padecimientos del músico no habían hecho más que empezar. En 1765, Mozart y su hermana Nannerl, colega de Amadeus en sus giras por las cortes europeas, enfermaron de tifus, en 1767, de viruela (que también se trató con los potingues que mencionaba ayer).
Tras independizarse de la férula de su padre y del severo arzobispo Colloredo (a quien había servido como criado) el joven Mozart marchó a Viena en busca de mejor suerte. En la capital del Danubio, en contra de la opinión paterna, se casó con Constanze (la misma que tardó luego década y media en buscar sus huesos). Todo pareció irle fenomenal al principio. Los vieneses estaban encantados con su música, y Mozart se convirtió pronto en una cara popular. Sin embargo, la felicidad le duró poco al joven matrimonio.
La estrella del músico empezó a declinar y se acentuó la completa incapacidad del salzburgués y de su santa para lidiar con los hechos prácticos de la vida, así como la ludopatía de Amadeus, que se gastaba jugando lo que no ganaba. Siempre al filo de la bancarrota, sobrevivían gracias al inagotable caudal creador del músico que aceptaba prácticamente cualquier encargo (esta fue la razón, por ejemplo, de que aceptase componer como negro la misa de Requiem que dejó sin terminar).
Al final del verano de 1791, Mozart, atenazado por el estrés y las preocupaciones económicas, empezó a creer que alguien quería envenenarle. Los síntomas eran difusos: dolores de espalda, depresiones, pérdidas de conocimiento, estados de ausencia mental…Se agravaron tanto que un médico le ordenó reposo absoluto (tratamiento que Mozart, dada la situación de sus finanzas, no podía seguir).
A partir del 20 de Noviembre de 1791, Mozart ya no pudo dejar la cama. Se le hincharon las manos y los pies. En aquel momento, le trataban dos médicos: los doctores Thomas Franz Closet y Mathias von Sallaba. Este último era un experto en venenos que, sin embargo, no pudo encontrar ninguna prueba de que Mozart estuviera siendo víctima de ningún complot.
La tarde del 4 de Diciembre de 1791 el paciente empezó a sufrir una fiebre altísima e insoportables dolores de cabeza. Desesperadas, Constanze y su hermana mandaron llamar al doctor Closet que se encontraba en el teatro y aplazó su visita hasta que se terminase la re. presentación. El médico llegó a la una de la noche. Mozart estaba inconsciente. El doctor Closet mandó friccionar las articulaciones y la frente del paciente con vinagre y luego que le metieran en un balde de agua fría. La cuñada de Mozart adujo que el choque con el agua fría podría hacer más daño que bien. El médico no quiso saber nada. La cuñada de Mozart le puso un paño de agua fría en la frente y el músico expiró.
La azarosa historia de los restos del compositor de La Flauta Mágica ha privado a los investigadores de poder inspeccionar lo que quedó de él. Sin embargo, en los últimos tiempos, descartado el envenenamiento y la sífilis, ha tomado cuerpo la teorí de que Mozart murió debido a las secuelas de las fiebres reumáticas mal curadas en su infancia, combinadas con una meningitis que los doctores de su época no habrían podido, de todas formas, llegar a tratar.
Bibliografía: Matt und Elend lag er da, Berühmte Kranke und ihre schleten Ärzte, Jörg Zittlau, Ed. Ullstein.
>Yo comparo a Mozart con Maradona o con Cristiano Ronaldo. Son seres que, salvo esa habilidad sobresaliente que les conocemos, son unos completos cazurros para el resto de su vida cotidiana y, quizá por esa genialidad, por donde pasan ellos, crece el caos.Abrazos 🙂
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