2 de Mayo.- La muerte de Bin Laden ha tenido una ventaja sobre la detención de Isabel Pantoja (aparte, obviamente, de la supervivencia de la tonadillera al trámite que la llevó a comisaría): esta vez, he podido comentar con todo el mundo la noticia.
Aquella mañana, primaveral como la de hoy, me levanté y, antes de poner a calentar el café, encendí el ordenador como siempre hago. Cual fue mi sorpresa cuando vi que la Pantoja había sido detenida para interrogarla por su participación en los latrocinios que motivaron la puesta en marcha de la Operación Malaya.
La noticia me quemaba en los labios pero ¿A quién contársela? ¿Con quién comentarla? –de estas cosas, como a mis lectores no se les escapa, lo que mola no es la mera transmisión de la información, sino la tertulia subsiguiente-.
¿Cómo –un poner- le explicaba yo a mis compañeros de trabajo quién era Isabel Pantoja sin explicarles antes quién había sido Paquirri, quien era Paquirrín –a.k.a. su pequeño del alma- o a qué dudosos oficios se dedicaba Cachuli mientras se subía los pantalones por encima del ombligo?
¿Cómo hacer que los ciudadanos aborígenes se hiciesen una idea de que la Pantoja, en España, había aunado durante mucho tiempo el potencial de producción de noticias de Jacky Kennedy con la capacidad, inaudita, de hacer una receta de pollo que, según parece, puede resucitar difuntos? Es más ¿Qué c*jones iban a importarles a mis compañeros de trabajo las aventuras de una señora a la que no conocían de nada?
Bin Laden (q.e.p.d.) tiene la ventaja de que era como Lex Luthor (o mejor, como el Doctor Gang, del Inspector Gadget) un supervillano de cuyas aventuras todos estábamos al cabo de la rue. Un personaje mítico que se ha pasado una década huyendo del servicio secreto estadounidense sin perder esa mirada suya tan característica, algo ovina, siempre presa en una lejanía poblada de Kalaschnikovs; ni esa media sonrisa de quien nos pega pero, al mismo tiempo, nos dice que es por nuestro bien.
Los inmigrantes agradecemos este tipo de noticias globales porque mitigan la sensación de vivir metidos en una campana de cristal a la que no llegan los ecos de los exhabruptos de Belén Esteban.
Nos sentimos cómodos con estos tránsitos del Registro Civil Mundial (se casan estos, se muere aquel -o le mueren, qué más da-) porque al volver, ese destino ineludible de todo emigrante, podemos participar en las conversaciones sin tener que explicarles a todos nuestros compatriotas que todas esas cosas que ellos ven en la televisión, en realidad, al resto del mundo le importan un pimiento y que no entendemos cómo a ellos pueden interesarles tanto.
Nos quitan, en resumen, de la tentación de explicarle a la gente que, en los países civilizados (Austria también, en la medida en que lo es) hay muchas personas que viven tan ricamente sin televisión, que leen y se informan por otros medios en los que el vociferio no es contínuo y la tertulia no es, como el asesinato según Tackeray, una de las bellas artes.
>Plas,pla,plas. Muy bien!. Estoy totalmente de acuerdo, se bien de lo que hablas porque nosotros hemos sido expatriados en dos países diferentes y lo has calcado.Un abrazoPD. Cuando has contado lo de la Pantoja, me has hecho acordarme de cuando murió la hermana de la Leti y entonces viviamos en Francia y lo mismo me moría de ganas de comentarlo con alguien y no podía!!!
>Si es que es una cosa universal jajaja. Yo creo que por eso los españoles tendemos a juntarnos. Aquí me dicen que, lo que más nos gusta a los españoles es hablar. Y van a tener razón.Abrazos
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