El pepino como vegetal y el coche ileso

Un ciclista
Hala: un coche menos (Archivo Viena Directo)

31 de Mayo.- Me habrán perdonado mis lectores que ayer faltase a nuestra cita pero es que el día de la vuelta suele ser ajetreado.

El aterrizaje, eso sí, fue estupendo. El avión describió una suave curva sobre la ciudad de Viena durante la cual uno pudo jugar, como si estuviera viendo una maqueta gigante, a identificar los sitios familiares; el ordenado tapiz de los jardines del Belvedere, la gigantesca refinería petrolífera que, al pasar, por la noche, parece una espejeante ciudad submarina.

Al llegar, todo el mundo me preguntaba, señalándose la barriga con bastante coña, si mi aparato intestinal funcionaba a derechas. Por si la Escherichia Coli, ya se harán cargo mis lectores. La crisis del pepino arrecia y los austriacos, siempre algo reacios a consumir las hortalizas provenientes del sur de Europa (españolas en particular, por lo que ahora explicaré) no han visto en el aprieto pepinal sino un argumento para dedicarse a devorar los productos de sus propios huertos.

Antes de que los alemanes empezaran a sufrir de mal de vientre debido, presuntamente, a la ingesta de nuestras verduras, ya argumentaban los austriacos que consumir productos del Levante español era malísimo para el planeta. ¿Cómo hacerlo con la conciencia tranquila, argumentaban ellos, si para que crezca un tomate almeriense o murciano hay que quitarle el agua de beber a las criaturas? (pues, como todo el mundo sabe, las verduras del sur crecen en zonas que, de no ser por la manguera humana, serían totalmente desérticas). Por otra parte, argumentaban (y argumentan los ecologistas)  transportar las ricas hortalizas hasta Austria conlleva que los tubos de escape de los camiones echen a la atmósfera sus tufos y sus gases durante varios miles de kilómetros ¿No será mejor comerse los ricos tomates que se producen a su tiempo, un poner, en los huertos de Burgenland?

Sin embargo, no pensaba yo en esto mientras venía en el avión. Traía las meninges impresionadas por la insistente matraca de los medios de comunicación españoles mientras informaban sobre los avatares del pepino hispánico. Con la machacona insistencia de un maniático, los periodistas, traduciendo como Dios les da a entender, como de costumbre, llamaban al producto de nuestros huertos y de nuestros invernaderos “vegetales”. Que si “los vegetales” llegaron al mercado de Hamburgo tal día, que si “los vegetales” son sospechosos de causar diarreas, que si “los vegetales” esto, que si “los vegetales”…Cómo sería la cosa de ridícula, que mi padre, que es un hombre con mucho sentido común, preguntó como dudando:

Pero los pepinos, de toda la vida, han sido verduras u hortalizas ¿No?

Pues eso que, a partir de ahora, comeremos todos menestra de vegetales.

(Lo sé: el diccionario admite vegetales en la acepción de hortalizas y verduras, pero sólo en Puerto Rico, como un localismo).

Pero la palma de la zoquetería se la llevó una presunta periodista que, al informar de que, en el desgraciado accidente que casi le cuesta la vida al torero José Ortega Cano, se había visto implicado un tercer coche que, a Dios gracias, “había salido ileso”.

Toma ya.

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