El mono sin pelo: Hitler y sus enfermedades (2)

Aguila art decó
Aguila (originalmente nazi) en un edificio de Munich (Archivo VD)

5 de Junio.- Otro de los „especialistas“ que trataron a Hitler fue el doctor Erwin Giesing. Fue con ocasión del atentado fallido al que Hitler sobrevivió el 20 de Julio de 1944 (ya recordarán mis lectores: el de la operacion Walkiria dirigida por Von Stauffenberg).

Como consecuencia de la fuerte onda expansiva de la explosión, Hitler quedó con dolores de cabeza y sangrado de oidos crónicos. Giesing decidió aliviar los padecimientos de su paciente con un procedimiento que hoy nos puede parecer caballar: le inyectó de manera regular en las fosas nasales una solución de cocaína al diez por ciento. Tras los “chutes” Hitler, es claro, se sentía muchísimo mejor. Pero, en los momentos en que Hitler se sentía más alicaído, Giesing le suministraba al Führer la droga también pura e inhalada. Cundo fue detenido por las tropas aliadas, el medicastro adujo querer envenenar a Hitler por medio de una sobredosis. Es dudoso que así fuera. Y, en el caso de haber sido verdad, lo cierto es que retrasó tanto su decisión que no tuvo más remedio que cobrar los 10000 Marcos (una pequeña fortuna para su época) con los que Hitler premió sus servicios al prescindir de ellos.

Pero volvamos a Morell. La cocaína no fue la única droga con la que sus médicos se empeñaron en destrozarle la salud a Hitler. Sólo con lo que Morell le pinchó, se hubiera podido mantener colocado a un equipo de fútbol durante varios años.

Cuando las fuerzas del dictador cedían o cuando, por la razón que fuera, Hitler necesitaba un toque de energía extra, Morell le inyectaba a Hitler un preparado a base de una alta concentración de glucosa y Pervitina, una droga del grupo de las anfetaminas.

En realidad, Hitler no hacía otra cosa que seguir el ejemplo de sus soldados. La Pervitina formaba parte del equipamiento básico del militar de la época. Se la conocía como “Pastillas Stuka” o “ Píldoras de Hermann Goering”. Según los historiadores, sólo entre abril y junio de 1941 la Wehrmacht consumió 35 millones de pastillas de pervitina. El consumo sólo cedió cuando, por intermediación del Ministro de Sanidad del Reich, Leonardo Conti, se instauró la norma de recibir la Pervitina solamente con receta. A Morell, claro, esta norma le chupó un pie, y siguió inyectándole Pervitina a Hitler con profusión a pesar de que, tras un consumo prolongado, la Pervitina engancha, produce temblores, bajadas repentinas de tensión y ataques de pánico.

Contra el insominio y la hiperactividad de Hitler, Morell prescribió abundantes dosis de barbitúricos. Dado que Hitler, desde su privilegiada posición, también era el amo absoluto de su pastillero, el dictador tendía a pasarse con las dosis, de manera que amenazaba con dormirse en medio de las reuniones. En estos casos, Morell tiraba de la Coramina, un psicoestimulante que hoy, por cierto, está entre las sustancias prohibidas por los organismos antidoping.(por ejemplo, la velocista americana Torri Edwards fue condenada a dos años de alejamiento de la competición cuando se demostró que había ingerido Coramina).

Pero lo más heavy está aún por llegar. Contra su estreñimiento y las pedorretas de las que hablábamos en el post anterior, Hitler, además de las pastillas de Morell, tomaba un medicamento llamado Neo-Ballistol. Se trata de una sustancia que, normalmente, se utiliza para limpiar armas, lo cual ya deja suponer que no es muy adecuada para ser ingerida. En la navidad de 1934, Hitler tuvo que ser llevado al hospital porque se le había ido la mano con el Neo-Ballistol, lo cual le había producido unos calambres estomacales insoportables.

Al principio de los cuarenta, Hitler empezó a sufrir los primeros síntomas de Parkinson, conectados con su consumo habitual de anfetaminas. A Morell, como de costumbre, estas evidencias no le importaron lo más mínimo, y le recetó a su paciente un medicamento con nombre de arma secreta: Homberg 680. En realidad, se trataba de un derivado de nuestra vieja conocida la Atropina.

El catálogo de guarrerías que Hitler tomaba diariamente no tendría fin. Baste mencionar que, para combatir el agotamiento del dictador, Morell le prescribía Testosterona y Vitaminas a tutiplén y que, cuando Hitler estaba convertido ya en un yonki, el medicastro se pasó a la medicina alternativa y pasó a inyectarle extractos de células seminales animales y de sustancias prostáticas.

En total, Hitler se tragaba cada día unas veinte píldoras, a las que hay que añadir las rayas de cocaína y las inyecciones. Lo que se le ocultaba a este empedernido hiponcodríaco (entre otras cosas porque, seguramente, se pasaba el tiempo demasiado colocado como para pensarlo) es que semejante abuso de las drogas le minaba más que lo que cualquier enfermedad lo hubiera hecho.


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