La tormenta de hielo

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Un ejemplo para la OSCE (Archivo VD)

 

6 de Junio. – Lo más fácil para introducir un texto a propósito de Ursula Plassnik es decir que es un pedazo de señora. En el sentido más literal de la expresión, por cierto. La exministra de exteriores de la República Austriaca, miembro conspícuo del partido conservador,  mide 192 cm del talón a la coronilla. Sin embargo, Frau Plassnik no ha saltado a las rotativas por la característica que la hacía más visible durante su temporada al frente del cuerpo diplomático vienés.

Durante estos días, de la pausada manera en que suelen discurrir las cosas en palacio, se está decidiendo quién será la próxima cabeza de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación Europea). Este organismo, dependiente de las Naciones Unidas, tiene una enorme influencia a nivel mundial (quien quiera informarse sobre sus actividades no tiene más que pinchar en este link) y toma sus decisiones al estilo de los acampados en la Puerta del Sol madrileña: esto es, por consenso.

El nombre de la persona que ha de ocupar la cúspide de su organigrama no es una excepción y así, se proponen una serie de candidatos que se someten a la consideración de los países miembros. Ursula Plassnik había pasado las últimas votaciones y parecía que existía la unanimidad necesaria para que fuese nombrada presidenta de la OSCE.

Sin embargo, este fin de semana ha sucedido lo inesperado: Turquía ha ejercido su derecho de veto en relación con la candidatura de Frau Plassnik y, en esta pequeña república, hay gente, principalmente relacionada con los medios diplomáticos, que se ha cabreado más que un erizo en una alfombra de velcro.

En los enmoquetados salones del poder se asume que el veto turco a Ursula Plassnik se debe a que la señora sostuvo, durante su gestión al frente de los Asuntos Exteriores austriacos, una postura de enconada crítica con respecto a la potencial integración de Turquía en la Unión Europea.

“Los de la media luna se la tenían guardada a la pobre Ursula”, es la opinión común.

Y, como si quisiera darle la razón a la rebotada asamblea de los diplomáticos vieneses, el gobierno de Ankara, a través de su ministro de asuntos exteriores, se ha negado, hasta tres veces, a retirar su parecer negativo a propósito de la candidatura de la Plassnik.

Los austriacos ponen el grito en el cielo y le recuerdan a los de Estambul que, durante su última visita a la ciudad que tiñe de azul el Danubio, el primer ministro turco, Sr. Gül, dio  su palabra de que ni Austria ni Turquía se vetarían mutuamente (en bien, sobre todo, de las relaciones bilaterales y de las frágiles negociaciones de incorporación de Turquía a la Unión Europea, siempre necesitadas de valedores influyentes).

De nada han servido para desbloquear la situación las insistentes gestiones del vicecanciller Spindelegger, compañero de filas de Plassnik en las filas de Partido Conservador Austriaco. Herr Spindelegger incluso ha abandonado su sonrisa (que todos, hasta ahora, creíamos inmarchitable) para reconocer que se encuentra bastante molesto con el Gobierno de Ankara y, aunque descarta represalias formales, va a elevar una nota de protesta a las instancias correspondientes.

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