5 de Julio.- Rebuscando por la prensa en busca de un tema para mi post diario, me he encontrado con la necrológica que el diario español El País le dedica a Otto de Habsburgo. En el tono sobrio habitual en estos casos, se relataban los incidentes de la biografía del último heredero al trono austro-húngaro.
Ya estaba a punto de tirar el artículo al cesto mental de los papeles, cuando me he fijado en la fotografía que lo ilustraba. A primera vista, nada de particular: presentaba al de Habsburgo a la edad que más o menos tengo yo ahora, prematuramente alopécico, ligeramente cejijunto (el heredero al trono, como el oso, cuanto más feo más hermoso), con unas orejas inconfundiblemente centroeuropeas y el semblante serio que los caballeros de antes juzgaban propio mostrar en los retratos.
Lo sensacional de la foto, que probablemente date de los años cincuenta (yo tengo una de mi abuelo que es prácticamente idéntica) es la firma. En letra redonda, casi femenina, puede leerse una sola palabra: Gyenes.
Probablemente a mis lectores les suene poco este apellido que corresponde a uno de nuestros austriacos insospechados; sin embargo, Gyenes fue, durante gran parte de la segunda mitad del siglo veinte El Fotógrafo de sociedad español por excelencia y a él corresponden alguna de las imágenes por las que nombres tan dispares como Franco, Cary Grant, Marisol, Lola Flores o Cayetana de Alba, pasarán a la historia.
Gyenes nació en 1912 en Kaspovar, un pueblecito húngaro y, según parece, se inclinó pronto por las artes. Inició estudios de violín con su padre, que era profesor de este instrumento pero, con quince años, decidió que lo suyo era la fotografía. Inició su carrera profesional en un diario de Budapest. Después, trabajó en Londres y París como fotógrafo independiente (colaboró con su paisano el productor húngaro Alexander Korda, durante el rodaje de la famosísima Las Cuatro Plumas)y en 1938 trabajó en El Cairo como corresponsal de The New York Times.
Pero la parte de su carrera que más nos interesa llega ahora.
En 1940, en su huida de los nazis, Gyenes recala en Madrid en donde trabajó con el fotógrafo Campúa, hoy olvidado, durante ocho años. En 1948, Gyenes abre su modesto estudio en la calle Santa Isabel, con un escaparate en la Gran Vía madrileña que yo llegué a conocer, a pocos pasos de la administración de lotería de Doña Manolita.
A partir de ahí, la carrera de Gyenes fue imparable y la lista de personajes que pasaron ante sus lentes es tan inacabable como impresionante. Sobre todo, si se considera que Gyenes residió hasta su muerte en 1995 en Madrid.
Quizá lo que cautivó a gentes como Marlene Dietrich, Picasso o Jean Cocteau fue lo que yo llamaría el estilo Gyenes de hacer fotos. Los retratos de Gyenes aunque él quizá no lo supiera, son pop en estado puro. No sólo son técnicamente impecables, estudiadísimos, sino que, además, el fotógrafo húngaro tenía la habilidad de realizar imágenes de sus modelos con vocación icónica, arquetípica. Era la apoteosis del retoque y el amor por un Kitsch que ahora observamos con ternura porque trae la inocencia de un mundo, el de Gyenes, que ya ha desaparecido porque sólo existió entre las cuatro paredes de su estudio.
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