15 de Julio.- Ya saben mis lectores que el género literario preferido por los lectores aborígenes es la novela de misterio. Lo que aquí se llama un Krimi, vaya.
Los hay de todos los estilos, en una gama que abarca desde los fusilamientos más o menos confesos de las amojamadas novelas de Agatha Christie hasta los muchísimo más dignos (y más negros) libros de Wolf Haas protagonizados por el entrañable Brenner.
Dada esta preferencia general por el telefilm y la novela con muerto, a base de ver y leer me he convertido en un experto gourmet de ficciones con delito incluido.
El sábado pasado, como ya saben mis lectores, me compré Cinco Horas con Mario y, como intuí que las aventuras de Carmen Sotillo me iban a dejar el cuerpo malo, también adquirí algo más ligerito, con la intención de que me durase hasta mi próximo viaje a Normandía.
Se trataba –se trata- de La Estrategia del Agua, de Lorenzo Silva.
Vanos planes: Carmen Sotillo cayó el martes (efectivamente: me dejó ganas de saltar al paso del tranvía más próximo) y, a estas alturas, ya voy casi por la mitad del Silva, con lo cual me parece que, si no pongo remedio antes, estaré en Francia sin lectura que echarme a los ojos.
A pesar de no haber terminado el libro, me gustaría escribir hoy sobre La Estrategia del Agua.
Soy fan de la serie de Bevilacqua y Chamorro desde que leí El Alquimista Impaciente. Son unos libros que, como diría mi padre, “gusta leerlos” porque están pensados para allanarle cualquier obstáculo al lector. Lorenzo Silva, además, consigue eso tan difícil que consiste en poner al frente de sus ficciones a alguien con el que el lector medio se puede identificar. Es más: parece que esa figura huidiza de “El lector medio” es la obsesión de Silva.
En este caso, el logro es doblemente meritorio porque Bevilacqua, el narrador de todas las novelas, es un brigada de la Guardia Civil.
Probablemente, Lorenzo Silva no se ha parado a pensarlo, pero La Estrategia del Agua, lo mismo que los otros libros de la serie, tiene todos los ingredientes para que, el día menos pensado, la ZDF lo convierta en una serie resultona de esas en las que los detectives, presuntamente españoles, dicen “Malorca” y “Paela”.
Repaso breve: el detective es un personaje con una característica muy definitoria (la “Guardiacivilidad”, en este caso) y tiene un gag recurrente (el apellido de Bevilacqua, que da juego para todo tipo de gags que relajan la tensión cuando hay que relajarla). La acción se desarrolla en un entorno pretendidamente realista pero con la mínima negritud para que la cosa no se convierta en una gilipollez al estilo de “Dos hombres y medio”. Hay un muerto, pero desaparece pronto, para que el lector no vea mucha víscera. Hay violencia, pero está siempre reflejada en estilo indirecto, para que la narración sea acta para ancianitas con sensibilidad cardiovascular. Hay humor (los libros de Silva se leen siempre con una sonrisa, cosa que es sumamente de agradecer) y, para redondear el estilo Silva, hay una reivindicación socio-política de baja intensidad con la que el lector medio, otra vez él, pueda sentirse identificado.
En La Estrategia, sin embargo, Lorenzo Silva ha intentado llevar este estilo agradablemente inócuo un poquito más lejos y ha situado a Bevilacqua y a Chamorro en la España barrenada por la crisis y ha intentado que Bevilacqua, nuestro eficiente, sufrido y cojonudo Bevilacqua, empiece a mirar la vida con un pesimismo que hace pensar sin querer, por contraste, en el Pepe Carvalho de Vázquez-Montalbán.
Las comparaciones son odiosas, por supuesto. Y aunque los libros de Silva se leen muy, pero que muy bien, MVM era Dios que, en su Segunda Venida, hubiera vuelto a la tierra, no para juzgar a buenos y malos, sino para entretenerlos a todos a base de ficciones novelescas.
Digamos que Lorenzo Silva es el alumno de literatura más aventajado de su instituto (ese tipo de prosa resultona, pero sin bala, que era la alegría de las profesoras que se preocupaban de las faltas de ortografía) y Vázquez Montalbán un tipo que sacaba en una novela a Jordi Pujol y te creías a ese Jordi Pujol de ficción más que al tipo pequeño y gesticulante que salía en las noticias.
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