1 de Agosto.- Ya estoy de vuelta. La verdad es que me siento un poco como un astronauta que hubiera hecho un paseo espacial.
En Normandía, en donde he pasado mis vacaciones, no había internet ni televisión, así que me he enterado de lo que pasaba en el mundo a través de cortas conversaciones telefónicas con mi madre (para ahorrar). O sea, una noticia al día. Lo cual, si bien se mira, debería de ser la dieta informativa perfecta.
El estar prácticamente desenchufado me ha permitido no ver las imágenes de la horrible masacre noruega (con las que, estoy convencido, mis lectores han podido espantarse a placer debido a la conocida eficacia de los medios de comunicación españoles a la hora de mostrar sangres y tripas); tampoco he podido enterarme de más detalles del lamentable fallecimiento de la señorita Winehouse (un deceso no por más previsible menos triste). Del adelanto electoral español tuve noticias cumplidas a través de la radio francesa, así como del retonno de los indignados a los lugares en los que se dedicaban a hacer camping y a decorar las estatuas del ornato urbano con sus encantadoras proclamas subversivas.
Así pues, la tarde de ayer se me fue en averiguar qué había pasado por el mundo durante mi ausencia de él. Y, la verdad, me dieron ganas de volver a coger la carretera y encerrarme de nuevo en la idílica casita normanda que me ha servido de refugio, a ver crecer las manzanas y las peras y a espiar las cautas idas y venidas del gato de los vecinos.
No pudo ser, así que aquí estamos de nuevo atados al banco de la paciencia.
Para que mis lectores no se pierdan, les diré que, en Austria, durante estos diez días, no ha pasado gran cosa. Los presupuestos del Estado Austriaco muestran un aspecto saneado y reluciente, los mercados nos quieren, porque somos un país formal que paga sus deudas y que, gracias a sabias inversiones en Educación, Investigación y Desarrollo, hace eso que los economistas denominan “crear valor”. Por otro lado, no ha aparecido nadie encerrado/descuartizado en ningún sótano últimamente (aunque, por probabilidad estadística, alguien debe de haber aún).
En resumen: todo es felicidad en la aldea pitufa.
¿Todo? ¿Para todo el mundo? No, por cierto.
En una de mis últimas entradas antes de las vacaciones, comentaba yo la nueva estrategia de la ultraderecha austriaca de ofrecer un perfil bajo al objeto de atacar al electorado de centro (ese caladero que se asusta facilmente a la mínima insinuación de extremismo). Los azules se han dado cuenta de que sólo tentando a la ancha clase media se puede pensar en mejorar las cifras de intención de voto que les dan las encuestas (cifras que, según los analistas más sesudos, han alcanzado un techo difícilmente mejorable).
Sin embargo, como dijo el castizo, for the mouth dies the fish, y las santas intenciones de Strache y sus consejeros de comunicación tropiezan constantemente con las declaraciones de dirigentes bocazas que insisten en hacer salidas de pata de banco.
Tal ha sido el caso de un tal Herr Königshoffer, diputado del FPÖ, el cual, en su cuenta de Facebook ha hecho unas declaraciones de lo más inconvenientes, en las que justificaba, siquiera lateralmente, la horrible matanza de noruega. Por si esto fuera poco, Herr Königshoffer es supercolegui de Facebook de otros señores conocidos por sus simpatías proneonazis (dejo aquí un recordatorio para refrescar la memoria de mis lectores).
Heinz Christian Strache, líder de la ultraderecha austriaca, ha visto con las declaraciones del diputado Königshoffer peligrar su estrategia y, desde su retiro balear, se ha apresurado a sancionarle con la expulsión del partido. Lo que no ha podido hacer ha sido quitarle su acta de diputado a la que Königshoffer no tiene intención de renunciar.
En fin: de vuelta al convento.
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