23 de Octubre.- La Piel que Habito, la última película de Almodóvar, se proyecta en varios cines de Viena. El espectador que desee verla, puede disfrutar de ella en alemán (en el Apolo Kino, por ejemplo) o, como hice yo ayer por la tarde, en versión original con subtítulos (Film Casino, Kino de France).
En cualquiera de los dos casos, es probable que, cuando discurran por la pantalla los créditos finales, arropados porla muy sobresaliente partitura de Alberto Iglesias, el espectador no sepa demasiado bien a qué atenerse. Ni siquiera sepa si ha visto una película buena o una de esas de las que los especialistas en pirateo doméstico dirían que no se molestarían ni en bajársela de la mula.
Es más tarde, cuando uno se sienta con amigos a analizar lo que ha visto, cuando uno se da cuenta de que La Piel que Habito , si bien lastrada por algunos defectos nada desdeñables, es una película que merece la pena ver dos veces (o más) porque está hecha, como todas las de Almodóvar, con las tripas, desde lo más profundo del bosque de obsesiones de su director. Y esa, aunque el resultado final no llegue a las espectativas, es una cualidad que convierte al film en una obra de arte muy apreciable.
El cambio de opinión se va operando, lentamente, cuando uno trata de ordenar la trama no como Almodóvar la explica, sino de una manera lineal y se enfrenta al proceso mediante el cual el personaje del cirujano Robert Ledgard (Antonio Banderas), engañosamente duro en la superficie, acomete la misma tarea que emprendía James Stewart en una película con la que La piel que Habito tiene muchos puntos de contacto:Vértigo. En el clásico, personalísimo, de Hitchcock, el personaje de Stewart trataba de recrear en Kim Novak a una mujer a la que creía muerta. En La Piel que Habito, Antonio Banderas experimenta hasta el borde de la ética para crear mediante la ciencia una copia de una mujer cuyo trágico destino dinamita la vida de casi todos los personajes de la trama y desencadena, mediante un complejo sistema de terremotos emocionales, una historia brutal y desnuda de cualquier elemento que pudiera dulcificarla para el espectador.
El defecto primordial que, a mi juicio, presenta La Piel que Habito y que, repito, lastra muy considerablemente el resultado final, es que es una historia en la que Almodóvarconfía mucho, demasiado, en la complicidad del espectador. En otras palabras, La Piel que Habito tiene que ser vista sin prejuicios y, a ratos, con mucha fe. Porque es una historia que, deliberadamente, muy arriesgadamente, renuncia a cualquier punto de contacto con la realidad de todos los días del espectador corriente.
Almodóvar también se arriesga mucho con la elección de los actores que deben personificar sus obsesiones. En algunos casos gana (Antonio Banderas) y en otros no tanto (Marisa Paredes que debería dar miedo y, seamos realistas, no lo da).
Las virtudes: La Piel que Habito es una película llena de fuerza visual. Almodóvar es un maestro del estilo y eso se nota. Sin antender a la historia, vista sin sonido, La Piel es un paquete perfecto, envuelto en un celofán atractivo y lleno de fantasía cinematográfica. Una película pensada para hacer brotar en el espectador imágenes icónicas.
¿Es buena? ¿Es mala? No lo sé. Pero yo me muero de ganas de verla otra vez ¿Quién se apunta?
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