Tarjeta roja: trabajadores extracomunitarios en Austria

Trabajo seguro
Hay que ver lo que hay que hacer para ganarse las habichuelas (Archivo VD)

 

18 de Octubre.- Uno de los retos a los que se enfrenta cualquier sociedad moderna es el de regular los flujos migratorios.

En el caso austriaco, esta necesidad se siente como perentoria por muchos motivos. En primer lugar porque, desde el punto de vista geográfico, Austria ha sido tradicionalmente cruce de caminos obligado de las rutas migratorias entre el este y el oeste de Europa. Después (y en un lugar nada despreciable) porque los austriacos se ven a sí mismos como una isla de riqueza rodeada de un mar de regiones más pobres.

El hecho de que, además, históricamente, todo lo malo le haya venido a esta tierra desde allende las estepas (desde Atila y sus boys hasta el amenazante poder soviético de los tiempos del telón de acero) ha modelado en la psicología colectiva transalpina un temor instintivo al extranjero que explica, en parte, los réditos electorales de aquellas opciones políticas que juegan con el lado más naz…Digo salvaje, de la vida.

Dichas opciones electorales actúan a veces como una cuña e introducen en la agenda política austriaca determinadas cuestiones como la que tratamos hoy.

Uno de los fantasmas favoritos que la ultraderecha ha agitado desde hace un par de años ha sido el “apocalipsis migratorio” que se produciría cuando el mercado de trabajo austriaco se abriese definitivamente a los trabajadores procedentes de aquellos países europeos de incorporación más reciente a la UE. Se argumentaba que el mercado laboral austriaco se vería sobrepasado por una avalancha de extranjeros (perversos descendientes euroasiáticos de los bárbaros de Atila) que tirarían los sueldos a la baja y dejarían Austria en un estado miserable digno de una película de Mad Max.

Las fronteras se abrieron y los brutales trabajadores de nariz corta, pómulos altos y ojos perversamente achinados no han invadido las oficinas de empleo austriacas ni han rapado al cero a las dulces y rubicundas camareras de los heuriger.

Sin embargo, como saben mis lectores más fieles, esto no ha arredrado a la ultraderecha, que ha cambiado el apocalipsis migratorio por el apocalipsis demográfico (Sarrazin) para que el futuro siga inspirando ese terror tan sano que llena las urnas de manera tan eficaz.

Lo que ha quedado de esta última oleada de miedo al inmigrante ha sido la Rot-Weiss-Rot Karte (Tarjeta Roja-blanca-roja, por los colores de la bandera de esta pequeña y simpática república).

La RWRK es un carnet que se implementó el año pasado para tratar de captar mano de obra especializada procedente de allende las fronteras de la Unión. Está modelada a imagen de la Green Card americana y establece un sistema de puntos para que, quienes la soliciten, puedan demostrar su potencial futuro (o sea, lo interesantes que son para la economía austriaca) y así obtener un permiso de trabajo limitado en el tiempo.

El retrato robot del trabjador extracomunitario deseable que dibuja la RWRK es el de un joven (o jóvena) con estudios universitarios terminados, y conocimientos de alemán (o inglés, en su defecto, aunque el idioma de Paris Hilton obtenga muchos menos puntos que el de Hansi Hinterseer). Por cierto, los deportistas de élite y otros obreros altamente especializados (cantantes de ópera, por ejemplo).

Sus críticos dicen que Steve Jobs (que en paz descansa) no se hubiera comido un colín con este sistema (demasiado viejo y sin carrera universitaria) pero, dado el saneado estado de las finanzas del occiso, es seguro que hubiera podido encontrar un político faldicorto que le hubiera facilitado las cosas.

Ayer se presentaron los resultados del primer año de vigor de la Rot-weiss-rot-karte. Y, aunque el Gobierno austriaco se felicitó del éxito obtenido por la tarjetita de plástico, los855 afortunados poseedores del nuevo permiso de trabajo están muy lejos de los 8000 currantes que preveía el ejecutivo viení y aún más de la inmigración masiva (massenzuwanderung) que preveía el FPö.

 

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