
21 de Noviembre.- Viena. Domingo. Interior. Noche. Los gatos dormitan. Sobre la tabla, se enfría la plancha. Un escritor español, alto, guapo y atlético, está tirado en el sofá delante de la televisión, sintonizada en la versión “satelital” (entrañable americanismo) de Telemadrid.
Escucha algo sobrecogido el discurso que Mariano Rajoy le dirige, primero que a nadie, a la Nación. Mientras lo hace –temperaturas exteriores a bajo cero- el escritor español alto y atlético queda sumamente reconfortado. Como ser humano, Mariano Rajoy siempre le ha caido muy bien, porque nuestro escritor siempre ha tenido mucha simpatía por los niños feos y los pajaritos que se caen del nido. No conoce personalmente al político pero su olfato le dice que Mariano Rajoy es lo que uno ve, y nada más (y nada menos, claro). El típico cojito de un cuento de Amicis que, a base de pundonor, esfuerzo y constancia, llega a ser el primero de la clase de gimnasia.
El discurso acaba. En Telemadrid, convenientemente aleccionados, ponen el sonido directo de la calle Génova para que el gentío (“en sus casas”) escuche los vítores, la música disco –horterilla, como todo el asunto-, los eslóganes berreados por los hinchas (“tú sí qué vales”). En fin, eso.
La periodista que presenta el “debate” que, en España, sigue invariablemente a estas cosas, va disfrazada de dominatrix en sus horas libres, con un tailleur de Chanel (falso, claro).
La rubia se entrega, con su voz de profesora sádica, a la asquerosa tarea de desguazar al presidente del Gobierno saliente. El espectáculo da bastante asco, la verdad. No porque uno no piense que el presidente saliente es un tipo de una frivolidad que pasmaría si no llevara siete años dando miedo, un diletante, un hombre que no ha abierto más libros en su vida que los de la oposición que hizo en lejano siglo.
No: el espectáculo lleva la náusea a las tragaderas porque es fácil, de una crueldad superlativa y completamente innecesaria.
Pero el colmo está por llegar. El escritor español, delgado y atlético no puede evitar soltar un suspiro de hastío cuando la señorita Rottenmeier habla de Rajoy y se refiere a él como “presidente in pectore”.
–¡Analfabeta!– le dice a la peridosta que, de todas formas, no puede oirle- ¿En el “péctore” de quién c*ño es presidente Rajoy? –el escritor español, una malva por lo demás, sale a su padre en esto de insultar a la televisión. Hay que aclarar que el padre del escritor, fuera de estos desahogos que nunca pasan a mayores, también es una bellísima persona.
El presidente “in péctore” sale al balcón de la sede de su partido en la madriñela vía de Génova.
El escritor español se acuerda de esa anécdota, probablemente apócrifa pero que, como todo lo que non é vero, está molto ben trovata. Di que, muerta la Primera República española, entra Alfonso XII a caballo por la calle de Atocha y, a la altura del hoy Ministerio de Agricultura, repara en un mocetón madrileño que, encaramado a un farol del alumbrado público, vitorea más que nadie el paso del achaparrado, pero guapete, flamante Rey Constitucional de los Españoles.
–¡Cómo gritas, muchacho! –le dice el joven monarca, sonriente, al chispero.
–Uy, pues esto no es nada ¡No vea cómo gritábamos cuando echamos a la puta de su madre!
Mariano bota. Mariano abraza a su señora. Mariano da paso a los que, una persona a la que quiero mucho, llama “los lobos” (todos los llamados “ministrables”). Mariano está emocionado. A uno, que es un sentimental, se le hace también un nudo en la garganta. Y entonces, uno repara en Elvira, en Viri, la mujer del presidente electo –¡Indocumentada! Se dice “electo”, no “in péctore”, se desahoga el escritor-. La señora esposa del cargo electo, vestida con una blusa verde, como la de un ama de casa cualquiera de Moratalaz o de El Barco de Ávila, parece estar sobrecogida. Mortalmente seria. Y el escritor, que algo sabe de personas, sabe perfectamente que Doña Elvira es la única que es consciente, en ese mismo momento, en ese mismo balcón, de la que se le viene encima a su marido.
Deja una respuesta