26 de Diciembre.- Cuando mi generación empezaba a experimentar los primeros terremotos hormonales –año noventa, más o menos- llegaron a España las televisiones privadas. Su viabilidad empresarial dependía del éxito que tuviesen compitiendo conTVE y, para hacerlo, eligieron dos caminos contrapuestos: Antena 3, propiedad entonces del conde de Godó, decidió hacer oposición política y colocó su línea editorial a la derecha de la derecha de entonces. Fracasó y fue desactivada al poco tiempo, cuando el Gobierno forzó su compra por un empresario afecto –Antonio Asensio-.
Tele 5, en cambio, propiedad de Mediaset (Berlusconi), comprendió inmediatamente que los habitantes de Palermo no son tan diferentes de los de Jerez de la Frontera y supo que, para triunfar en el mercado español, no había más que implantar la receta que había triunfado en Italia. Para competir con la blanquísima TVE, había que dar sexo. No cualquier sexo, por supuesto. Sino un sexo adaptado a los gustos de un mainstream formado por aburridos padres de familia y adolescentes sacudidos por el acné. Debía de estar basado, pues, en el cuerpo femenino y respetar todos los tabúes al uso. Los genitales masculinos estaban vedados, los femeninos solo se mostrarían en contadas ocasiones. El coito heterosexual senía siempre falseado –de la misma manera que, por ejemplo, en las producciones que Playboy elabora para consumo de esforzados onanistas norteamericanos-; el tipo de mujer Telecino era, en principio, la maggiorata de los cincuenta pasada por Silycon –mucha sylicon- Valley. Pecho heróico, ancas de Walkiria, labios carnosos. En resumen, lo que podríamos llamar el paradigma Carmen Russo.
Me acordaba de todo esto viendo Spartacus, blood and sand. Un placer culpable que, en su inocencia, me ha traido el Christkind. El pobre niño Jesús ha debido de creerse que el tema iba de cristianos de fe flamígera entregados a la impía vesania de los romanos paganos. Pero ya, ya.
La historia es la misma que con las privadas contra la pública. Ya que Starz, la productora de Spartacus, no puede ofrecer el prestige de HBO (O sea, como no puede hacer Roma, porque cuesta un dineral) ofrece sexo y violencia. Aunque la violencia es tan estilizada y está tan bien hecha que incluso a mí, que lloro con los telediarios, no me molesta nada.
Spartacus es un guilty pleasure lleno de bacantes desinhibidas de pezón enhiesto y de tiarrones untados en aceite que, incluso con Tracia cubierta por la nieve y azotada por la ventisca, se aprestan a la batalla equipados con el taparrabos mínimo para que no nos dé la risa floja al ver el efecto de la helada sobre la pichulina de los héroes.
Yo recomiendo ver Spartacus con amigos porque en compañía es como mejor se saborea la cascada de momentos que son la leche.
En el primer episodio, por ejemplo, Tracia, como digo, azotada por la ventisca, Spartacus medio en bolas, la santa de Spartacus con el wonderbra de los domingos y un vestido que deja adivinar unas curvas vertiginosas. Spartacus que, lentamente, se quita una cinta de cuero y se la da a su santa:
–Santa, me voy para la guerra, lleva esta prenda de mi amor cerca de tu piel.
Churri que saca muslamen por debajo de la falda y se ata la cinta morada al torneado jamoncete.
Por cierto: los productores de Spartacus se diferencian en una cosa de los reprimidos mandamases del Telecinco del Bungabunga. Conscientes de que el público gay también existe (o de que Spartacus tiene todas las cartas para convertirse en un producto gay de culto) han roto el tabú de mostrar los genitales de los esforzados guerreros de la arena. Para tranquilidad, por cierto, de los que nos ganamos las habichuelas como tranquilos administrativos.
¿Quién dijo que el contorno del bíceps tiene su correspondencia en otras proporciones corporales? Y es que, señores, no somos nadie.
Deja una respuesta