
5 de Febrero.- Ayer, después de hacer las limpiezas sabatinas, decidí salir a la calle, desafiando las gélidas temperaturas, para buscar en los alrededores de mi casa un gimnasio en el que poder seguir cultivando mis (mundialmente famosos) músculos y dotando a mi sistema cardiovascular de una fortaleza que Superman hubiera envidiado.
Por lo que vi, la tarea no va a estar fácil.
Doy algunos datos previos para que mis lectores se hagan una idea de lo que busco.
En mi gimnasio anterior, el que ha quebrado, pagaba “solo” trescientos sesenta euros al año (bueno, mejor dicho, trescientos sesenta euros por catorce mensualidades) lo cual dejaba el precio mensual en una cantidad irrisoria.
–Por eso ha ido a la quiebra –como dice un amigo mío.
Estaba además relativamente cerca de mi casa –en todo caso, en metro era línea directa desde el trabajo- y el ambiente, no es que fuera familiar, pero los clientes éramos todos normales (dejando aparte a La Adicta, al Bestia Parda, y al típico y consabido grupete de culturistas con pinta de exmercenarios de la Guerra de los Balcanes).
Así pues, y como no me canso de repetir, como me he convertido en un vienés de pro a los que los cambios le dan miedo, quisiera encontrar otro gimnasio que, a ser posible, cumpliera de nuevo con este perfil.
Cogí el compás mental y tracé alrededor de mi domicilio el radio de una caminata a buen paso. En la superficie descrita había dos gimnasios. Los cuales visité con estos resultados.
Posibilidad uno: una cadena baratérrima que está en la esquina de mi calle. Precio imbatible (sospecho que ellos,con la política de dumping de la mancuerna, son los responsables de que mi gimnasio se haya ido a hacer puñetas). Yo los llamo el gimnasio mp3. Ya se sabe que el mp3 resula de recortarle al Wav todas las frecuencias que el oido no puede percibir y que, por lo tanto, no tienen valor comercial. Pues estos han aplicado el mismo sistema y, aparte del básico, o sea, ir al gimnasio a sudar como un gorrinete, te cobran hasta por el aire que respiras: o sea, hasta por ducharte (cincuenta céntimos).
Esta agresiva política de precios, así como una política de bonos de bronceado que permite tostarse 30 minutos al día (!) por diez euros al mes, modela a la selecta clientela del local, que es el preferido por los porteros de discoteca de alemán eslavizante y por esas chicas de vaqueros de cadera baja, cejas depiladas hasta la enfermedad mental, piercings, y tintes de esos que dejan el pelo como el sarcófago del reactor nuclear de Chernobyl.
El otro gimnasio que visité ayer era muy distinto, pero, para muchas cosas, no mucho mejor…(continuará).
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