Hace una semana, coincidiendo con la visita de los amigos de Castillo de la Sal, salió en la conversación Der Bulle von Tolz (¿Lo qué?) Der Bulle von Tolz, o sea, El Poli de Tolz -Tolz es una pequeña ciudad en tierras bávaras. En esta serie la difunta Ruth Drechsel desempeñaba un papel a años luz de los personajes brechtianos que la habían convertido en una Grande Dame del teatro en lengua alemana. La vida de Ottfried Fischer, actor austriaco que interpretaba al hijo de Drechsel, el protagonista de la serie, tampoco tenía nada que ver con la blancura de su personaje.
Para disfrute de mis lectores, recupero hoy este artículo, que se publicó originalmente el 20 de Octubre de 2009 (con el título “La calle de la amargura”) en el que se glosan los problemas con la justicia de Fischer y de otro austriaco famoso: Reinhardt Feindrich. Demuestra que, en todas partes, cuecen habas.
20 de Octubre.- Dentro de la información referente a los personajes populares, el subgénero“soy-famoso-y-tengo-problemas-con-la-ley” es un clásico.
No hay nada más atractivo para un lector morboso (todos lo somos en algún grado) que ver cómo los ídolos se enfrentan a la vara de medir de la justicia. En estas apreturas es cuando los personajes dan la talla. Me viene a la memoria, por ejemplo, el sonado proceso de Lola Flores por evasión fiscal. Si Lola era ya una estrella desde que su madre la puso en este mundo, fue en aquel banquillo donde pasó (con muchísimo éxito) la reválida y en donde empezó a ganarse las colas de admiradores que le rindieron homenaje a su muerte en el teatro de las fuentes de Colón.
Nunca se me olvidará la imagen de Lola con aquellos tacones de aguja, aquellas medias negras, aquella falda de cuero por encima de la rodilla y, sobre todo, aquel chaquetón como de estanquera rica. Era el outfit perfecto para enfrentarse a un Juicio Final que podía haber hundido su carrera.
(Me van a perdonar mis lectores pero es que siempre he querido escribir un post que contuviera la palabra outfit ¡Ana Rosa, tiembla, que voy! En fin).
En Austria, durante estos días, dos famosos están pasando por problemas con los de la toga. Y lo están haciendo, a mi juicio, con una actitud a años luz del desparpajo con el que Lola pidió a cada español un óbolo con el que saldar sus deudas con el fisco.
El primero es Reinhard Fendrich, conocido de mis lectores por ser el autor de, entre otras, I am From Austria. Nuestro amigo Reinhard, aparte de ser un compositor de pop muy competente, ha tenido una trayectoria vital en la que ha cabido “ esa gente sin alma/que pierde la calma/con la cocaína” (Sabina dixit) pero también un retiro a la recoleta paz del claustro de un convento para componerle un disco al papa Benedicto XVI (!). Actualmente, Herr Feindrich trabaja en Mallorca –pronúnciese “Malorca”– alegrándole las pajarillas a los turistas teutones que están comprándose a plazos la isla.
Precisamente pasa Herr Feindrich por los juzgados a causa de esta presunta afición a imitar a Michael Jackson en sun búsqueda incansable del tabique nasal de platino. Y no es nuevo este paso. Este segundo juicio amenaza, según informa la prensa local, con convertirle en integrante de “El coro de mi cárcel”. Por reincidente.
Otro que está pasando estrecheces es el actor Ottfried Fischer, conocido protagonista de “Der Bulle von Tölz” (El poli de Tölz) uno de los grandes éxitos de la tele germanoparlante entre el sector más maduro de la población. Morigerados pensionistas que, últimamente, no ganan para sustos. La serie se terminó cuando falleció su otra protagonista: la actriz Ruth Drexel (ver post “Desgracias personales”); el mismo Fischer también anda pachucho y hace poco se ha sabido que sufre Parkinson. Por si estas desgracias fueran pocas, también ha trascendido que, presuntamente, el Fischer real tiene poco que ver con el hijo un poco edípico y algo asexuado que interpretaba en la ficción de detectives.
Hace unos meses cuatro prostitutas le denunciaron por no haber querido abonarles los honorarios que se habían ganado sacrificadamente (Herr Fischer no es precisamente un adonis). Era la segunda vez que sucedía. La primera, las hetairas se fueron a su casa enrabietadas pero impotentes. La segunda ocasión, sin embargo, no las pilló desprevenidas y grabaron un bonito flín con todos los buenos momentos compartidos con Herr Fischer. Uno es un ignorante en estos menesteres, pero parece claro que los gustos de Herr Fischer en el cuadrilátero amoroso no deben de ser muy estándar. Dejó a deber a las profesionales una cifra que, si la memoria no me engaña, asciende a varios miles de euros.
Antes de seguir, quizá convenga aclarar que en Austria, siguiendo la línea de local de echarle entusiasmo a lo inevitable , la prostitución es una actividad perfectamente regulada. Las obreras de la horizontalidad pagan su seguridad social y están obligadas por ley a someterse a reconocimientos médicos periódicos para tranquilidad de ellas mismas y de su clientela. Por eso, a los ojos de la ley, el caso Fischer es igual que si este se hubiera marcado un “simpa” en un restaurante caro. Un marrón, en cualquier caso.
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