27 de Febrero.- Uno de los periodos más convulsos y fascinantes de la historia de Austria es el que abarca la década inmediatamente siguiente a la Primera Guerra Mundial.
La quiebra del casi milenario imperio de los Habsburgo, los aires revolucionarios que corrían por Europa (la de octubre estaba reciente y parecía entonces que representaría un punto de inflexión en la historia del mundo) y, en general, el desánimo y la excitación que cundían en un territorio desangrado poblado de gente hambrienta y exhausta, hizo que surgieran por doquier experimentos políticos que tenían la misma vida efímera que las burbujas que se forman en una cazuela de agua hirviendo.
De manera un tanto más violenta que lo que, años después, sucedería en la España preautonómica, toda aquella comarca que se sintiera “una unidad de destino en lo universal” se apresuró a declararse una república independiente al estilo de las que dieron origen, por la misma época, a lo que después serían los países que formaron la órbita soviética.
Esta tendencia a la formación de pequeños países que luego se disolvían con la misma rapidez, no era más que la consecuencia lógica del furor nacionalista que había dado origen a la misma guerra general y que, a su vez, había sido el aguacero que había descargado de unas nubes negras que venían desde, por lo menos, mediados del siglo diecinueve.
En la parte de habla alemana de los territorios húngaros que habían pertenecido a los Habsburgo (lo que hoy, tras diferentes mutaciones, corresponde al bundesland de Burgenland) se proclamó en Mattersburg, el 6 de Diciembre de 1918, una de esta repúblicas de juguete, la llamada República de Heinzenland.
El nombre viene del término Heanzenland, aunque también Hoanzenland, que describía al grupo de población que, procedente de Baviera principalmente, pero también de otros lugares del ámbito de habla alemana, emigró a la región de lo que hoy es Burgenland en el siglo XI y que, aún hoy, conservan un dialecto propio del que quizá hable si tengo espacio en este post.
La aparición de la pequeña república obedeció a dos factores principales: por un lado, a la instrucción dada por el Gobierno provisional que sucedió a la caida de la monarquía de los Habsburgo, que indicaba que se concedía el mismo derecho de autodeterminación a los territorios de habla alemana dependientes de Pressburg, Wieselburg,Ödenburg y Eisenburg (hoy todas ciudades burgenlandesas) y, por otro lado, la necesidad de los hablantes de habla alemana de distinguirse de los húngaros.
Esta necesidad de distinción en la, por lo demás, poco nacionalista región de Burgenland, culminaría en el referendum que, hace justo noventa años llevó a lo que hoy es este bundesland a separarse de Hungría y a unirse a Austria, mediante el referendum correspondiente.
La república de Heinzenland fue proclamada por el conspícuo líder socialista burguenlandés Hans Suchard (que no tiene, que se sepa, nada que ver con la famosa marca de turrones), tras un golpe de estado en la ciudad de Mattersdorf durante el cual Suchard tomó el mando del grupo paramilitar conocido como la Guardia Blanca. Apenas cuarenta y ocho horas más tarde, Suchard, junto con los mandos de la Guardia Blanca, fue arrestado, juzgado por alta traición y condenado a muerte (sentencia, por cierto, que no se ejecutó por la amnistía proclamada por el conde Károlyi, a la sazón presidente de la recién nacida república húngara a la que, por entonces, pertenecían los territorios a los que Suchard había llamado a constituirse en república independiente.
PARA SABER MÁS: como dije más arriba, aún hoy, la zona de Heinzenland conserva un dialecto propio alguna de cuyas palabras han pasado al habla diaria de los burguenlandeses (particularmente, los que viven en las poblaciones del lado austriaco del Neusiedler See). Para aquellos que dominen el alemán lo suficiente y a quien les sulivellen estas finuras filológicas, dejó aquí este link en el que se informa detalladamente de las características del dialecto en cuestion.
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