20 de Marzo.- Hay noches de televisión que te dan hecho el artículo del día siguiente. Como la de ayer.
Por la noche, después de cenar, pusieron en la segunda cadena de la ORF Die Millionen Show (¿Quiere ser millonario? 50×15, en la España de mis amores).
El primer concursante de la noche fue un cuarentón algo tronado, profesor de teatro, con sus pelos largos, su barba agreste y su pinta de comunista de aquellos tiempos en que Ana Belén y Victor Manuel todavía eran comunistas. Una persona de esas que se refieren a la mujer a la que quieren como “mi compañera”. Mis lectores se hacen una idea.
El tipo era un cachondo mental, sumamente empático, con un espectro emocional colorido y profundo y, salvando su estilo de vida anclado en los setenta, una persona muy centrada.
Quizá por esto, el contraste fue muy fuerte cuando llegó el siguiente concursante.
Un estudiante de derecho, que apenas había dejado la adolescencia y al que, inmediatamente, se le notaba que “le faltaba algo”. Pronto se veía el qué: era una persona que no tenía ninguna experiencia del mundo. Que lo había leido todo, pero que sólo tenía un conocimiento superficial y de segunda mano de las cosas. Ese tipo de personas –ya se sabe- sólo tienen una herramienta (imperfectísima) para orientarse por la vida: la racionalidad.
El chaval (gafitas, camisa elegida por mamá, vocecita aflautada) buscaba de un manera rechinantemente lógica la respuesta a las situaciones que no entendía. Para él, las bromas del presentador eran tan ajenas como el rojo o el verde lo son para un daltónico.
Cuando Armin Assinger trataba de tender puentes emocionales con él –en ese estilo de vendedor de coches usados que es tan caro a algunos hombres aquí, cuando se trata de hacer amistades con otros compañeros de sexo- nuestro empollón no las cazaba. El tipo era un robot programado para matar: o sea, para resolver el tipo de enigmas inocentes que plantea el concurso, con la misma seriedad que si se tratase del eterno contencioso árabe-israelí.
Pasó el concurso y llegó el informativo de la noche, con el simpar Armin Wolf a la cabeza.
Y se produjo un enfrentamiento que, aunque en apariencia era muy distinto, en realidad era sumamente parecido.
En lo que, en el argot de la tele, se llama “el cebo” se anunció que, durante el programa, Armin Wolf entrevistaría al señor Tassilo Wallentin, el abogado más reciente de Helmut Elsner, del que hablábamos un par de post atrás (recomiendo la lectura del post anterior para entender mejor de qué va este).
Enfocó la cámara a Herr Wallentin, el cual, mientras el locutor le anunciaba, miró al piloto rojo con soltura y dijo “Guten Abend” con el aplomo que da saberse abogado, saberse exitoso y saberse un tipo muy guapo.
Llegó el momento más esperado por la audiencia.
Pronto quedó claro que no basta ser abogado, exitoso y guapo para salir con éxito de un encuentro con alguien tan coriáceo, tan inteligente y tan incisivo como Armin Wolf.
Sin detenerse en preámbulos, el periodista empezó con la siguiente pregunta:
–¿No cree usted que, en las circunstancias en que se encuentra su cliente, resulta un poco torpe dejarse ver en un bar a las dos y media de la mañana bailando con una señorita?
Tassilo Wallentin, pijísimo, acostumbradísimo a que la realidad se curve ante sus títulos, su prestigio y su apostura física, de la misma manera ineluctable que la luz se curva en las cercanías de un agujero negro, trató de defender la postura racional: el asunto –argumentó- no era saber si la aparición de su supuestamente enfermo cliente era torpe, conveniente o no, la cuestión era saber si estaba capaz para estar en la cárcel o no lo estaba, y eso él podía probarlo con un sinnúmero de informes médicos.
No se arredró Wolf y le volvió a espetar a Tassilo Wallentin la misma pregunta y entonces quedó claro que, ante Wolf, Wallentin tenía las mismas posibilidades que alguien que insistiera en torear un Mihura equipado con un trapo de cocina.
Discurrió la conversación de cinco minutos en un duelo constante entre el sentido común (Wolf) y la racionalidad (Wallentin). Dos mundos, dos formas de ver la vida, que los copiosos emolumentos del abogado habían hecho rabiosamente irreconciliables.
En la despedida, Wolf (46 años, según la Wikipedia) le dijo a Wallentin (que tendrá alrededor de 35) que le parecía muy bien que defendiese los intereses de su cliente, pero que no perdiera de vista que Elsner había tenido otros letrados antes que él, dándole a entender que no convenía que empeñase su crédito profesional en un tipo con una vida judicial tan caliginosa como las finanzas de Julián Muñoz.
En favor de Wallentin hay que decir que aguantó la humillante colleja con una admirable entereza.
Esta mañana, he hecho una pequeña investigación que pretendía responder a una pregunta que picaba mi curiosidad ¿Quién es este Tassilo Wallentin? Google me ha dado su página web. Traduzco la primera frase que he leido: “El éxito del cliente es lo único que cuenta” (la racionalidad) aunque ese cliente, como parece ser Elsner, sea un granuja (el sentido común).
Así va el mundo.
Deja una respuesta