30 de Marzo.- El español lee los periódicos (onláin) de su país y no sabe bien a qué atenerse. La vieja manía de los españoles de dividirse para todo al cincuenta por ciento.
Los periódicos que no simpatizan con el Gobierno –lo cual, en España, supone que, matemáticamente, simpatizaban con el Gobierno anterior- muestran la foto de la manifestación de la Puerta del Sol, rompeolas de todas las Españas; reproducen fragmentos de los discursos más flamígeros y aliñan el cóctel con una serie de expresiones que, antaño (allá por el pleistoceno superior) tenían cierta pegada pero que hoy, aceptémoslo, están un poco sobadillas y, a cualquier periodista que se respetase, debería darle alguna vergüencilla escribirlas. Que si varapalo, que si revés, esas cosas.
Los periódicos que, en cambio, simpatizan con el Gobierno actual y con el estilo de regir, paternal, sosainas,algo decimonónico, que se ha convertido en la marca de la casa del presidente actual, no pueden negar el seguimiento de la huelga general pero, claro, se dedican a minimizarlo. Y puestos a minimizar, no sólo minimizan la incidencia del paro en este momento concreto, sino su utilidad general en este siglo XXI que nos castiga tan duramente.
Vienen a decir que sí, que la gente se quedó en su casa ¿No? Pero bueno, psché, como siempre. Pero eso ¿Qué prueba? ¿A qué ayuda? Al fin y al cabo, la huelga está muy mitificada. Nosotros hemos hecho solo seis (en toda la democracia) pero –dicen- mira Grecia: una huelga general a la semana y no se ha muerto nadie ¿Verdad? Pues eso.
Para rematar, los periódicos que sienten que el Gobierno está haciendo lo correcto enseñan las imágenes de grupos de personas quemando los locales de una cadena americana de cafeterías. El español piensa que, si bien la táctica del fuego purificador es algo excesiva, sí que debería ser aplicado un severo correctivo a la empresa en cuestión, por anunciar que venden café cuando en realidad, lo que sirven, es un aguachirri que, por no poner, no pone ni nervioso.
Suspira el lector español, se rasca la cabeza, y decide acudir a los medios locales en busca de sosiego.
Lo encuentra.
En el Österreich (gran periódico) se dice, bajo un gran titular, que los austriacos son, nada más y nada menos, que los ciudadanos más felices de Europa (no es extraño: ayer noche, la presentadora del telediario anunció, con las lógicas cautelas, que la crisis ha hecho chimpún en este pequeño país y que, según los economistas más sesudos, Austria ha encontrado la senda –lenta- de la recuperación).
Cifras cantan. Según Marketagent.com un 84 por ciento de los ciudadanos de este país están contentos o muy contentos con su vida en general (por tanto, entre la perspectiva de destrozar algún objeto de mobiliario urbano y quemar una filial de Starbucks o fumarse un puro, eligen siempre lo segundo).
La alegría, eso sí, termina cuando los austriacos pasan la frontera. Es opinión general de los ciudadanos de EPR (Esta Pequeña República) que la Unión Europea es, como decía un periodista del ramo ginecológico que yo conocí, “la casa de la Bernarda”. No les falta razón (lo mismo que a los manifestantes de la Puerta del Sol). Los recortes que, por ejemplo, preconiza la Reforma Laboral, harán que el poder adquisitivo de los compradores de los productos exportados por Austria, decrezca, ralentizando la recuperación de la economía austriaca y empañando (un pelín, poquito, eso sí) la felicidad de la que gozamos los que vivimos aquí.
Una penita.
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