11 de Abril.- Querida Ainara: a raíz de un post en el que miro la realidad española con gran escepticismo, me reprocha una amable lectora que no me afecte más la dureza de la crisis que está viviendo España.
No es verdad, obviamente.
De hecho, la crisis, o las consecuencias de ella que yo experimento, me han llevado en los últimos meses a un debate conmigo mismo cuyos términos, a ratos, han sido bastante amargos.
Todos los días, Ainara, recibo correos de personas desesperadas, que me piden ayuda para encontrar trabajo en Austria. Una ayuda que, es obvio, yo no les puedo prestar. Como yo cuento en este blog muchas de las cosas que me pasan de la manera más sincera que sé (aunque siempre procuro que sea en los términos que marcan la discreción y la prudencia) esas personas también me pagan contándome sinceramente, muy generosamente, las tremendas historias que se esconden detrás de lo que, para el Gobierno español (para cualquier gobierno) no son más que estadísticas, números. Nombres en una lista.
De tanto leerla, para mí ha llegado a ser una tortura la frase “busco trabajo en lo que sea, no me importa de qué”. Tengo fritos a mis amigos a base de leerles correos que contesto siempre de la manera más leal que sé.
Sin embargo, Ainara, a veces me invade un gran desaliento.
Después de leer algunas cosas, es muy difícil sentarse a escribir posts frívolos o mantener la ligereza suficiente para darles a los lectores de Viena Directo lo que yo creo que buscan cuando vienen a estas páginas: una evasión, un alivio de las preocupaciones cotidianas, cuatro minutos (no se tarda más en leer un post) de vacaciones de su realidad.
En esos momentos, la única reflexión que me salva es la siguiente:
Cuando era voluntario, me tuve que enfrentar a situaciones durísimas –situaciones que eran más duras si cabe porque afectaban a niños- y aprendí el valor de lo pequeño.
Los voluntarios, Ainara, se enfrentan a un mar de desgracia en el que, los menos aptos, corren el riesgo de ahogarse. Seducidos por lo que podríamos llamar “la épica de la ayuda” y que no es otra cosa que una búsqueda de cierta idea de la santidad o la heroicidad, al estilo de las películas americanas, se desmoralizan cuando se dan cuenta de que, por más esfuerzos que hagan, tienen muy pocas posibilidades de modificar la realidad que oprime y despedaza a sus semejantes.
Cuando trabajaba de voluntario, Ainara, aprendí que, a veces, el mejor consuelo que se puede dar es estar, simplemente estar, contar un chiste, charlar de las aventuras de Letizia en Palazio, o poner a escurrir a un conocido común (siempre con gracia). La mayor fuente de aprendizaje del voluntario es él mismo, Ainara. Y, en determinadas situaciones, lo que yo echaba más de menos era la normalidad. La pura, simple, intrascendente y necesaria normalidad.
También he estado tentado muchas veces de copiar aquí los correos que recibo pero siempre he evitado hacerlo porque, bajo mi punto de vista, sería lo más parecido a utilizar la desgracia de los otros para enaltecerme y aparecer como mejor y más generoso de lo que soy; por no hablar de que sería, más que probablemente, una concesión a un morbo fácil del que creo que mis lectores quieren ver libre a Viena Directo. Aquellas personas que quieran encontrar carnaza, pueden buscarla en otros sitios. Prefiero pecar de demasiado amable que entrar a saco en la intimidad de personas que, por ser Viena Directo un arma de difusión masiva, no tendrían el que yo creo que es el derecho más elemental que asiste a los que sufren: el de conservar, por lo menos, el anonimato de sus cuitas. Ya sé, ya sé que esta idea “no vende”. Pero qué le vamos a hacer.
En otras palabras: a pesar de que el barco se esté hundiendo, la orquesta del Titanic no debe parar de tocar melodías alegres.
Se debe a su público.
Besos de tu tío.
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