2 de Abril.- El sábado por la tarde, harto de la noble tarea de enseñarme a montar vídeos (resultados desiguales) y de procesar fotografías (mucho mejores resultados, sin falsa modestia lo digo), me fui con unos amigos al cine. La intención era ver( La Mujer de Negro The Woman in Black), la última película que ha estrenado Daniel Radcliffe, al que mis lectores conocen, como todo el mundo, por haber estado desde la infancia dándole a la varita mágica en las películas de Harry Potter (personaje conocido en España como “Jarri Poterr” y en estos pagos como “Heri Potta”). Confieso que a mí la idea no me hacía especial ilusión. No por Daniel Radcliffe, que me parece un chaval muy majo que bastante ha tenido con haberse pasado la infancia explotado. Sino por el género de la peli.
Como yo soy un caballero de una cierta edad, a mí las pelis de miedo cada vez me dan más pavor y la verdad es que, las raras veces en que, como en este caso, me convencen para ir al cine a ver una, no me sale a cuenta, porque sólo veo la mitad del flín. El otro cincuenta por ciento me lo paso con los ojos tapados (ayer, hasta con los oídos tapados, en un alarde de cuatromanismo) porque, primero, a mí es facilísimo ponerme la adrenalina a cién y, después, yo sufro mucho por los protagonistas, y me da mucho dolor de corazón que les saquen las vísceras (poniéndolo todo perdido, por cierto), los empalen o fallezcan de cualquier otro tipo de muerte violenta. Da igual que, como ayer, intente romper el hechizo maligno de la pantalla a base de decirme constantemente “Paco, es una película” y otra vez “Paco, es una película”. A mí, se me ponen los pelos de punta hasta con los trucos más baratos.
Trucos de los que, por cierto, la peli de ayer tenía a cascoporro. Nombren mis lectores cualquier lugar común que se les ocurra en los campos Casas Encantadas o Pelis con Espíritu y es muy probable que, con alguna que otra modificación, ese lugar común se encuentre en The Woman In Black. Si, además, añadimos a estas dos rúbricas los lugares comunes que corresponden a cierto tipo de terror neogótico, por ejemplo, esa pared empapelada de color rojo e iluminada ténuemente por un candelabro en el que hay dos velas a medio consumir (no en vano la película está producida parcialmente por la Hammer), el cóctel es completo.
Hay muñecas con la cara de porcelana que dan un miedo horroroso, hay animales disecados que uno se imagina comidos por las polillas y habitados por espíritus con mucha mala leche, hay poltergeist que no animan a quedarse sólo en casa, hay tormentas con truenos y relámpagos, hay panteones con estatuas que te acechan, hay nieblas, hay seres de ultratumba que necesitan el concurso de los vivos para resolver una cuenta horrorosa del pasado…En fin.
En cualquier caso, a pesar de la debilidad e insustancialidad del guión (basado en un bestseller, por cierto, que probablemente habrá hecho las delicias de ese tipo de personas que necesitan de una lectura ligerita para evadirse de largos viajes en metro) el bueno de Dani Radcliffe hace una interpretación más que meritoria e, incluso, hay tramos enteros de la película en que uno no está esperando que saque la varita y suelte algún conjuro en el latín macarrónico inventado por la señora Rowling.
La peli, por cierto, recuerda mucho a una de temática parecida (y no digo más, que la destripo): la peli es Los Otros, pero, bajo mi punto de vista, Amenábar contó la historia funeral con muchísima más gracia.
A pesar de lo cual, ver La Mujer de Negro es una forma, no diré que agradable (porque se sufre) pero entretenida, de pasar un sábado por la tarde.
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